IX

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LAURENCE

Si no fuera por mi hermana, ya estaría muerto.

No habría nada por lo que vivir.

Tal y como están las cosas, pendo de un hilo.

La única manera de lidiar con el dolor de perder a Camila es buscar más dolor.

He estado en la Boca del Infierno cada noche durante los últimos cuatro días, desde que rompió conmigo, enfrentándome a cualquiera y a todos. Buscando a alguien que pueda dejarme inconsciente. Por favor. No quiero seguir despierto.

Por favor. Solo quiero que alguien venga a enterrar su puño entre mis ojos y me apague el cerebro para que no pueda pensar en que Camila me diga que no vuelva a contactar con ella.

Necesito el castigo de ser noqueado. Me lo merezco por no ser todo lo que ella necesita. Si hubiera sabido antes que existía, habría estado más preparado. Pero no lo hice. No sabía que mi belleza estaba ahí afuera, así que no tenía nada que ofrecer cuando llegó el momento. Y todo sucedió tan rápido. Pasó tan jodidamente rápido. Un segundo, tenía el mundo en la palma de mi mano y al siguiente, estoy buscando una manera de oscurecer ese mundo. Una forma de oscurecer todo a mí alrededor. Apagar mi mente. Apagar todo.

Estoy en el ring ahora en la Boca del Infierno luchando contra un tipo al que ya he vencido. No es un desafío. Pero quiero dos segundos de paz de los gritos torturados en mi cabeza, así que dejo pasar uno de sus golpes, el chasquido y el chorro de sangre de mi nariz no me satisfacen. Esto no funciona. Soy la suma del dolor en mi corazón. Ya ni siquiera puedo registrar nada en el exterior. No puedo hacer esto. Realmente no creo que pueda salir de la cama todos los días y fingir que no quiero morir. Si no fuera por Tulip, no estoy seguro de lo que habría hecho ahora.

No soy lo que Camila necesita.

No puedo hacerla feliz.

Obviamente su padre dijo algo que la hizo darse cuenta de eso.

Y honestamente, ¿por qué querría ella a alguien a quien su padre mira con tanta burla? Esa es su familia. La gente con la que pasará las vacaciones y los hitos por el resto de su vida. Si estoy a su lado, no los tendrá. ¿Esperaba que renunciara a ellos por mí? ¿Que cambie su propia carne y sangre por un pendenciero con un apartamento sin ascensor y sin esperanzas de una educación como la suya? La única moneda que tengo son mis puños, y ni siquiera quiero usarlos.

Ya no hay fuego en mí para luchar. ¿Luchar por qué? ¿Qué es lo que hay? Puedo alimentar a Tulip y mantener un techo sobre su cabeza con el dinero que gano en la Boca del Infierno, pero no voy a luchar en el Garden. No puedo encontrar la maldita motivación. Ni siquiera creo que pueda llegar a la arena sin desplomarme en la cuneta y expirar por la agonía de las garras de la navaja que asola mis entrañas, sin parar, la intensidad nunca disminuye. Es constante. Un hombre no puede sobrevivir así.

Un recuerdo de Camila subiendo las escaleras de mi edificio y lanzándose, riendo, a mis brazos hace estallar una bomba en mi garganta y rujo, lanzando un derechazo a mi oponente, haciéndole retroceder varios metros. —Vamos. — le ruego, con la voz gutural. — Pégame. Pégame. Noquéame. Por favor.

Lentamente, el tipo baja los puños. —Tienes que irte a casa, hombre.

El ruido en mis oídos se ralentiza momentáneamente y me doy cuenta de que toda la Boca del Infierno está en silencio. Observándome. No hay dinero que cambie de manos ni gritos ni revoluciones de los luchadores. Es el lugar más tranquilo y silencioso que he visto nunca. Tienen simpatía por mí, es obvio. Se les nota en la cara. Y esa compasión es como encender una cerilla y dejarla caer en un cubo de queroseno, ampollando mi piel. —Búscame un puto reto para mañana. — grito, saliendo del ring. —Búscame un asesino.

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