1 | Adiós, señor Petrov

275 17 5
                                    

Sienna

Tenía que matar a Dmitry Petrov.

Era mi primera misión grande y no podía fallar. La Cosa Nostra había confiado en mí, una mujer, para hacerlo y tenía que demostrarles que, les gustase o no, las mujeres éramos igual de fuertes que los hombres. Había sido una decisión difícil para ellos, pero cuando les planteé que, para los rusos, las mujeres eran la mayor debilidad, accedieron.

Así que allí estaba, en medio de una fiesta de la bratva, con un vestido rojo de satén y un maquillaje producido, escaneando a todos los invitados con la mirada, en busca del tal Dmitry. No me costaría mucho encontrarlo, dado que medía poco menos de dos metros y contaba con un pelo tan rubio que parecía casi invisible.

Ahora, ¿por qué tenía que matar a ese hombre? Sencillo: sangre por sangre. La semana pasada, los rusos habían atentado contra uno de nuestros cargamentos de cocaína y, si bien no arruinaron la mercadería, le arrebataron la vida a uno de nuestros conductores. Quizá no era una pieza muy importante dentro de la Cosa Nostra, pero, a fin de cuentas, formaba parte de nuestra gran y retorcida familia. Y como los italianos íbamos siempre a lo grande, nos saltamos lo de asesinar alguien del mismo rango y nos fuimos directamente a por uno de sus dealers.

Volví a la realidad cuando un hombre entró al salón principal, llamando la atención de todos los presentes. Cuando recaí en quien era, se me paró el corazón. Casi de dos metros, con una melena rubia perfectamente desordenada y ojos color hielo, Iván Sokolov, el pakhan de la bratva, hacía acto de presencia.

Santísima mierda. Nadie me había avisado que él estaría allí, por lo que me sentía totalmente descolocada. Con el mismísimo rey de la mafia rusa en la misma habitación que yo, la misión había pasado de ser un cuatro de dificultad a un diez.

¿Cómo no se me ocurrió revisar la lista de invitados primero? Es que tenía que ser idiota.

—Tranquila, Sienna, tranquila —susurré para darme un poco de tranquilidad.

Me obligué a mantener la calma y enfocarme a lo que había ido: a cobrar venganza.

Suspiré y recorrí la habitación, abarrotada de rusos en trajes elegantes, con los ojos. Me tomé mi tiempo recorriendo a cada uno de los hombres con características similares a las de Dmitry hasta que...

¡Bingo!

El objetivo estaba en la esquina izquierda del salón, coqueteando con una rubia. Al parecer, todas las mujeres del lugar contaban con cabello rubio y ojos azules. Menos mal había decidido ponerme una peluca y lentillas para camuflarme entre ellas, sino, habría sido como ir con un cartel gigante pegado en la frente que dijera «SOY ITALIANA».

Decidida a dar con Petrov, caminé cabizbaja por la habitación, tratando de evitar miradas curiosas. Mientras me acercaba al hombre, cogí dos copas de champaña de la bandeja de un mesero. Mi plan era fingir estar interesada en él, para que fuésemos a un lugar privado y, una vez allí, ¡paf! Cortarle la garganta.

Una vez entré en su rango de visión, esbocé una sonrisa coqueta y contoneé mis caderas hasta quedar frente a él.

—¿Señor Petrov? —dije, con mi mejor voz de mujer excitada.

El hombre levantó su mirada de inmediato y la clavó en mis falsos ojos azules.

—¿Para ti? Sólo Dmitry —replicó el ruso, escaneándome con la mirada.

Fui capaz de reconocer la lujuria en sus ojos, haciéndome sentir satisfecha.

—Oh, qué placer conocerlo, Dmitry.

—Créeme, el placer es todo mío. —Extendió una de sus manos hasta dar con la mía y la llevó a sus labios.

El acto me pareció repulsivo, pero me obligué a sonreír con más ímpetu.

La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora