5 | Explosión

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Sienna

La sensación de estar siendo seguida por alguien no abandonó mi cuerpo durante toda la semana y media siguiente. Ni cuando iba al centro comercial, ni cuando fui al campo de tiro para relajarme hace cinco días. Normalmente, ir al campo de tiro hacía que me olvidara de todo, sin embargo, aquel día, me sentí más observada que nunca.

Intenté convencerme a mí misma de que estaba siendo paranoica, pero aquello no lograba quitarme la inquietud que sentía.

Así que, sin más remedio, fui hasta la habitación de mi hermana y entré sin golpear.

—Creo que estoy perdiendo la cabeza —me quejé, pasando una mano por mi rostro.

Elena, que estaba concentrada en una de todas las pantallas que tenía sobre su escritorio, se volteó en mi dirección.

—Para empezar, tienes que dejar esa manía de entrar en mi habitación sin tocar la puerta —dijo. Luego, se quitó los lentes que utilizaba para no quedar ciega luego de pasar horas frente a las diversas pantallas de su escritorio y se acercó a mí—. Ven, siéntate —habló, dándole unos pequeños golpecitos al espacio de la cama junto a ella. Hice lo que me indicó, y solté un suspiro—. ¿Qué pasa, Sisi? —inquirió, apoyando su mano derecha en mi pierna, de manera reconfortante.

—Llevo sintiéndome observada toda la semana —confesé, clavando mi vista en mis zapatos—. Tal vez estoy siendo exagerada y sólo estoy pasándome películas, pero... No lo sé. La sensación sigue allí vaya donde vaya.

—Mmmh —tarareó Elena, procesando mis palabras—. ¿No crees que pueda ser por lo de ese ruso?

—¡¿Insinúas que me siguen los rusos?! —chillé.

—No, tonta —se apresuró a calmarme—. Quiero decir, quizá te sientes así por haber matado al ruso ese. ¿Cómo era que se llamaba? ¿Demetrio? ¿Dylan?

—Dmitry —corregí.

—Eso —asintió—. Fue tu primer asesinato, a fin de cuentas.

—Pero ya había matado a dos hombres antes. Y nunca me sentí como ahora.

—Las otras veces fueron en defensa propia, Sisi. Esto fue premeditado. Es completamente diferente. —Su voz era suave, consoladora.

Sin poder contener mi ataque de amor hacia mi hermana, me lancé a ella y la abracé. Toda mi vida, ella había sido mi mejor amiga.

—Sea lo que sea, no dejaremos que nada te suceda, lo sabes, ¿verdad? —habló contra mi cabello.

—Lo sé. —Me separé y respiré profundamente—. Sólo espero que no me estén siguiendo de verdad.

—¿Por qué lo harían? —preguntó—. No hay forma de que los rusos se enteren de que fuiste tú quien mató al tipo. Además, ibas disfrazada, ¿no? —Asentí con la cabeza—. ¿Lo ves? No hay nada de qué preocuparse.

Dicho eso, me levanté y salí de la habitación de Elena, sin querer molestarla más. Después de nuestra conversación, pude sentirme un poco más tranquila, pero la preocupación que llevaba sintiendo durante toda la semana no se esfumó por completo.

A pesar de eso, decidí relajarme un poco y tomar una siesta.

Me desperté con los gritos histéricos de mi padre provenientes de la primera planta de nuestra casa. Adormilada, estiré mi mano y tanteé en mi mesita de noche hasta que di con mi celular y pude ver la hora en la pantalla. Las siete de la noche.

¿Qué podría haber puesto tan histérico a mi padre?

Intenté ignorar sus gritos, pero me fue imposible. Desde mi habitación, las palabras no se oían de forma clara, mas logré percatarme de que estaba hablando en un italiano furioso.

Cuando finalmente cesaron los gritos, éstos fueron reemplazados por las pisadas iracundas de mi padre, mientras subía las escaleras. Luego, éstas se dirigieron a mi habitación. Segundos después, mi puerta se abrió estrepitosamente.

—Levántate, Sienna. Salimos en diez minutos —rugió en mi dirección. Seguidamente, salió disparado en dirección a su oficina, dejándome sola y desconcertada en mi habitación.

Confundida como la mierda, me obligué a salir de mi cama y buscar un atuendo de ropa casual. Dado que mi padre no me dió especificaciones sobre qué ponerme, asumí que no sería nada formal. No obstante, por su actitud violenta, supuse que se trataría sobre algo grave. Miles de suposiciones pasaron por mi cabeza, poniéndome en los peores escenarios.

La Bratva se enteró de lo que hice, y ahora van a iniciar una guerra con la Cosa Nostra por mi culpa.

Los rusos se enteraron de que maté a uno de los suyos, y ahora quieren vengarlo con mi sangre.

Mientras me ponía unos jeans negros cómodos y una camiseta negra sencilla, vi distintas maneras de morir en mi cabeza. De pronto, toda la valentía que había sentido a lo largo de todos estos años dentro de la mafia, se había esfumado.

Me obligué a inhalar profundamente y erguir mi espalda.

Debía de ser fuerte. No podía olvidar que no me había ofrecido para matar a Dmitry sólo porque sí. Lo había hecho para comenzar a darnos lugar a las mujeres dentro de la parte ruda de la Cosa Nostra. Era bien sabido que muchas esposas de sicilianos preferían disfrutar de los lujos que la sangre en las manos de sus esposos llevaba a casa. Pero no éramos todas. Y yo quería luchar por aquellas que anhelaban ser una parte activa de la familia.

Así que, con eso en mente, até mis zapatillas deportivas con rapidez, tomé mi celular y bajé las escaleras.

—Estoy lista, papá —dije, parada en medio del vestíbulo de nuestra casa.

Unos minutos después, mi padre salió de su oficina con aspecto cansado.

—Ven conmigo, hija —murmuró.

En silencio, caminé detrás de él e ingresé al todoterreno estacionado frente a la entrada en cuanto papá me abrió la puerta. Él se montó después de mí.

—A la casa del señor Marino —le ordenó al chofer.

En cuanto oí sus palabras, supe que se avecinaba una explosión.

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