11 | Noche de bodas

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Sienna

No podía creer cómo había terminado mi fiesta de matrimonio. Era como si el universo quisiera darme una señal sobre cómo sería mi vida luego de haber pronunciado las palabras «Sí quiero», o bueno, después de haber hecho toda esa perorata de «sí, te acepto como mi esposo y bla, bla, bla».

¿Cuáles eran las probabilidades de que hubiese un tiroteo en mi propia fiesta? ¿No se suponía que teníamos las mejores de las seguridades?

¡Se estaba casando el maldito pakhan de la mafia rusa!, ¿cómo sus guardias pudieron ser tan ineptos como hacer su trabajo bien UN maldito día?

Suspiré, molesta.

Me daba igual si Iván Sokolov se moría hoy, dentro de un mes o dentro de un año. Inclusive me daba igual si se moría después de mí. Lo que me molestaba era que, al estar la vida de mi esposo en peligro, también lo estaba la mía. Y yo no quería morir todavía. Era demasiado joven.

A medida que el auto avanzaba por las calles de la ciudad, me percaté de que, como era de esperar, el chofer no conducía en dirección a la casa de mis padres. El estómago me dio una voltereta. Era consciente de que, debido a mi matrimonio, tendría que irme a vivir con mi esposo cuanto antes. No obstante, pensé que ese «cuanto antes», significaría, por lo bajo, una semana.

Al parecer, me había equivocado...

*

Pasados unos veinte minutos, la limusina se detuvo frente a una alta reja. Un par de guardas se acercaron al vehículo y, al verificar quiénes éramos, nos dejaron pasar.

Lo primero en lo que me fijé fue en lo cuidados que estaban los jardines. Después, mi mirada se deleitó con la grandeza de la mansión frente a mí.

No es que no hubiera visto mansiones ostentosas antes, incluso viví toda mi vida en una, pero... Aquella mansión era otra cosa. Grande a niveles estratosféricos. Es más, estaba segura de que ni una familia de veinte personas podría llenar.

Quizá sea por el personal.

Salí de mis pensamientos en cuanto la limusina detuvo su andar.

—Hemos llegado, señora Sokolova —anunció el conductor.

Oír mi nuevo nombre se sintió como una patada en los ovarios y me dieron ganas de vomitar.

Apreté los puños hasta que los nudillos se me tornaron de un color blanco y me bajé del auto apenas el hombre abrió la puerta para mí. Ansiaba con locura tener algún arma cualquiera en mi poder para así ir al campo de tiro a desestresarme.

«Señora Sokolova», las palabras se repitieron en mi mente y se me grabaron a fuego en el corazón. Hoy, murió Sienna Ferri, la mujer que adoraba las armas, la que soñaba con demostrarle a la Cosa Nostra de lo que estaban hechas las mujeres. Hoy, nació Sienna Sokolova, una mujer cuyo sueño era sobrevivir en un mundo de monstruos desalmados. Porque eso era la Bratva: un mundo totalmente diferente, en donde ningún hombre contaba realmente con un corazón. Nada similar a la Cosa Nostra, en donde se es parte de una gran familias. Con algunos conflictos por aquí y por allá, pero una familia, al fin y al cabo.

Respiré profundamente y me armé de valor para ingresar a mi nuevo hogar.

La entrada era igual de imponente que el resto de la propiedad, y me recorrió un escalofrío.

¿Sería igual de inhóspita por dentro?

Caminé a pasos tranquilos, gozando de la leve brisa y lamentando que mi hermoso vestido blanco estuviese ensuciándose. Cuando por fin llegué a la puerta de entrada, esta se abrió antes de siquiera darle el primer golpe. Una mujer mayor quedó a la vista y me sonrió, un tanto desconfiada.

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