7 | La sombra

158 15 5
                                    

Sienna

Cerré la puerta del auto con fuerza y me agarré la cabeza con las manos. Durante todo el viaje sin destino definido, fui incapaz de pensar en nada. Sentía que mi mente estaba en blanco.

Tiré de mi cabello, intentando sentir algo además de vacío. Los pinchazos de dolor me hicieron volver a la realidad.

Furiosa con quienquiera que me haya elegido para casarme con un ruso, dejé escapar un grito frenético. Fue... liberador.

Era tarde, por lo que no había nadie cerca, así que me permití gritar todo lo que quise para dejar salir aunque fuese un poco de toda la frustración e impotencia que tenía acumulada en el cuerpo. Después de un rato rasgándose la voz, mis rodillas cedieron y caí al frío y duro suelo. Sin poder contener más mi dolor, dejé escapar las lágrimas que se habían estado gestando en mi interior.

Odiaba llorar. Hacía que me sintiera débil y estúpida, pero no pude contenerme. No cuando todas mis expectativas se habían ido a la mierda.

Sólo quería tener una vida propia, con la cual darle voz a todas las mujeres de la Cosa Nostra que quisieran ser algo más que la esposa florero. También quería irme un año a recorrer el mundo por mi cuenta, pero ya no podría.

Lloré por todo lo que perdí, y también lloré por todo lo que se me avecinaba.

Desde pequeña, fui consciente de que lo más probable era que no me casaría por amor. No obstante, pensé que al menos me casaría después de los veinticinco años con un italiano. Pero no. Me casaría a los veintidós, con nada más y nada menos que un ruso desconocido.

Tampoco pude evitar sentir un poco de miedo. Los rusos eran despiadados. Una cosa era infiltrarme entre ellos y matar a un hombre poco relevante. Y otra muy distinta era amarrarme de por vida a un ruso.

Sollocé nuevamente y apoyé las manos en el suelo de la carretera. De pronto, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y sentí un cosquilleo en el cuello. Como si una ola de electricidad me hubiera recorrido el cuerpo o... como si alguien me estuviese observando.

Me pasé el dorso de la mano por la nariz para secar las lágrimas que se habían deslizado hasta allí, y me puse de pie.

Con el corazón latiéndome el doble de rápido, ahora por una razón completamente distinta a la de mi futura boda, llevé mi mano a la cinturilla trasera de mis jeans, en donde siempre llevaba un cuchillo conmigo.

—¡¿Hay alguien ahí?! —grité, intentando mantener mi voz firme.

Miré en todas direcciones, sin divisar nada, hasta que volví mi vista al frente y, a la distancia, pude distinguir una sombra.

Mi respiración se volvió superficial y sentí miedo. Saqué la navaja de mi pantalón y la agarré con fuerza entre mis manos.

Poco a poco, la sombra comenzó a caminar hacia mí, y un terror que nunca antes había sentido se apoderó de mí. Intenté mantener la calma, pero no pude. Estaban pasando muchas cosas en mi vida, y, en vez de huir por mi vida, me quedé allí, paralizada.

La sombra siguió avanzando en mi dirección, hasta que, gracias a la escasa luz de la luna, pude ver la silueta de un hombre. Era alto y robusto, y pensé que moriría.

—¡No te me acerques más! —grité, pudiendo, por fin, hacer algo para no morir aquella noche. A la defensiva, levanté la navaja en su dirección—. No dudaré en asesinarte si te sigues acercando —amenacé, comenzando a dar pasos en dirección al todo terreno.

El andar del hombre se detuvo, pero no se marchó. Se quedó de pie, observándome mientras me subía al todoterreno. Sin pensarlo un segundo más, pisé el acelerador y salí disparada por la carretera.

La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora