Iván
—Alexei, deshazte de este pedazo de mierda —ordené, furioso.
—En seguida, pakhan —contestó mi hermano y mano derecha, alejándose de mí para hacer una llamada desde su celular.
Maldita. Perra.
No me cabía ninguna duda de quién había matado a este ruso estúpido –cuyo nombre no recordaba, porque no me importaba en lo más mínimo–. Había sido esa mujer. La vi apenas entré en la fiesta y me llamó su atención. No la había visto nunca antes en una reunión de la bratva. Y, por más normal que fuese que los rusos llevaran mujeres diferentes a cada fiesta, lo que me hizo estar alerta con ella fue que iba sola.
De por sí, conocía únicamente el nombre de las personas más relevantes para mí dentro de aquel mundo, sin embargo, era excepcional recordando rostros. Y el de esa mujer no lo había visto jamás.
Cuando la vi acercarse al hombre que ahora yacía muerto frente a mis pies, mis alarmas se encendieron. Y lo hicieron todavía más luego de que, tan sólo unos minutos después de iniciar su conversación, el muerto –que, claramente, todavía respiraba en ese momento– fuera a decirme que se marcharía con «una rubia que estaba para morirse». Y por si fuera poco, la mujer se había escabullido al baño, en vez de acompañarlo a hablar conmigo.
Ella no quería que la viera.
Lástima por ella. No habría llegado a donde estaba de no ser por que no se me escapaba nada.
Alexei volvió a acercarse a mí, con expresión seria.
—Te apuesto mil dólares a que fueron los italianos —dijo.
Con expresión pétrea, clavé mis ojos en los suyos.
—No apostaré una mierda contigo. Mucho menos algo tan obvio —espeté—. Ahora, encárgate de esta asquerosidad, mientras voy con Kirill. —Kirill. Ese maldito bastardo de dos metros y cabeza castaña rapada al estilo militar era el jodido mejor extractor de información de toda la bratva. Me importaba un carajo admitirlo; al hombre le daba igual ensuciarse las manos con tal de lograr lo que se le ordenaba.
—Considéralo hecho —replicó Alexei, dándome un asentimiento de cabeza.
Sin decir nada más, di media vuelta y salí del Temptation con Gabril, mi guardaespaldas –al cual no necesitaba realmente en ese aspecto– y jefe de seguridad.
Llamé a Kirill durante el trayecto en auto y prácticamente le ladré que se presentara a mi oficina en una hora. Si de por sí tenía un humor de perros, el hecho de que los italianos mataran a uno de mis hombres –por más insignificante que fuera– hacía que quisiera asesinar a alguien con mucho más ímpetu del normal. De no ser por que no golpeaba a mujeres a menos que fuese estrictamente necesario, me habría gustado canalizar mi ira hacia una particular italiana de cabello rubio y ojos azules. Aunque bueno, tampoco era seguro que esos ojos y ese cabello fuesen suyos.
Apreté mi mandíbula al recordar cómo pude haber detenido a ese hombre de ir con la rubia. De seguro me habría obedecido, puesto que nadie me llevaba la contraria –a menos que deseara morir lenta y tortuosamente– y los italianos no habrían tenido esa pequeña victoria.
—Señor Sokolov —habló mi chofer—, hemos llegado al recinto.
Sin siquiera dedicarle un gesto, me bajé del Range Rover negro y me dirigí de inmediato a mi oficina. Todavía me quedaban veinte minutos antes de que llegara Kirill, y pensaba investigar todo el árbol genealógico de los putos italianos hasta dar con aquella mujer.
Apenas me senté, encendí mis pantallas y comencé con mi labor. No tenía mucho tiempo, pero estaba convencido de que sería suficiente. Mis habilidades de computación eran excelentes, y estaba convencido de que, si me lo proponía, sería capaz de hackear a la misma NASA. Pero poco me importaban los cohetes espaciales. Me inclinaba más por el tráfico de drogas y el asesinato. Esas cosas iban más con mi estilo.
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La Alianza
RomanceLa Cosa Nostra y la Bratva no tienen la mejor de las relaciones. Sin embargo, ambas están cansadas de las constantes disputas insignificantes en las que se han visto envueltas en el último tiempo. Además, cuentan con un odio mutuo hacia los eslovaco...