Sienna
Era el día de mi boda.
Sin que me diera cuenta, los días previos se me habían escurrido entre las manos. En medio de manteles, flores y todas las cosas que conlleva una boda, no me alcanzó el tiempo para detenerme y pensar en que la boda que estábamos planeando, era la mía. Fue una semana agotadora, con mamá detrás mío, preguntándome qué canciones añadir a la playlist del matrimonio, qué tipo de flores comprar y en dónde sentar a mis familiares.
A pesar de haber estado ocupada, todos los días fui asimilando un poco más la idea de que me uniría a un ruso por un tiempo... indefinido. Fui haciéndome consciente de que ese era mi destino, y de que no había nada que pudiera hacer para salir de eso. Al menos, no viva.
En aquel momento me encontraba en una habitación, junto a mi madre, Elena, una maquilladora y una peluquera. Más que una novia, me sentía como una celebridad a punto de salir a dar un espectáculo.
A ver, de cierta forma, sí daría un maldito espectáculo.
—¿Falta mucho? —le pregunté a nadie en general, soltando un suspiro cansado.
—¡Chist! —me calló mi madre—. Deja que las chicas hagan su magia.
—Por favor, mamá, es mi boda. Quiero estar tranquila antes de... Bueno, casarme —insistí.
Necesitaba un tiempo a solas. Que sí, había estado asimilando la idea, pero todavía no estaba cien por ciento convencida de lo que estaba pasando. Quería la habitación para mí sola.
—Sienna, debes esforzarte por...
—No. Ya me han maquillado y peinado, hace más de una hora que no necesito retoques y tú insistes e insistes en que me falta algo. Déjame unos minutos tranquila, ¿quieres? —estallé.
No solía perder la compostura frente a nadie, mi hermana era mi única excepción, por eso hasta yo me sorprendí por la forma en la que le hablé a mi madre. Claramente, ella no se lo tomó para nada bien. Alzó el mentón y me miró con recelo.
—¡De acuerdo!, haz lo que quieras. Pero si la familia queda en vergüenza por tu culpa, la responsabilidad es meramente tuya —me señaló.
Me limité a negar con la cabeza y a observar como salían de mi habitación de hotel.
La boda se llevaría a cabo en una iglesia cercana, y luego celebraríamos la recepción en este hotel. Era lujoso, espacioso y elegante. Perfecto para la ocasión.
Tenía que admitir que mi madre había hecho milagros para que la boda fuese sensacional.
Digna de la Cosa Nostra... y de la Bratva.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al recordar que me casaría con un ruso al cual ni siquiera conocía. Le había rogado a papá que me dijera con quién me casaría, pero él seguía diciéndome que no tenía ni la más mínima idea. Llegué a pensar que me estaba diciendo la verdad, de tanto que me repetía la respuesta, pero no había forma de que él permitiera que me casara con un desconocido... ¿O sí?
Me levanté de la incómoda silla en la que estaba y me senté sobre la cama matrimonial que había en medio de la habitación. Miré a mi alrededor y, al ver que el lugar era un desastre lleno de paletas de maquillaje, maletas y aparatos para el cabello, sólo me dieron ganas de salir corriendo hasta llegar a un lugar tranquilo. Sin desorden, sin ruido... Sin boda.
Suspirando, me levanté y agarré mi teléfono. Marcando el número de mi hermana, fui en busca de la caja de los zapatos que usaría para ir al altar. Ella contestó de inmediato.
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La Alianza
RomanceLa Cosa Nostra y la Bratva no tienen la mejor de las relaciones. Sin embargo, ambas están cansadas de las constantes disputas insignificantes en las que se han visto envueltas en el último tiempo. Además, cuentan con un odio mutuo hacia los eslovaco...