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|| Si vas a pecar, hazlo bien y con ganas . . . Al final el castigo será el mismo. ||









— ¡Demelza!

Demelza levantó la cabeza del libro que estaba leyendo.

— ¡Demelza! ¡Demelza!

Se levantó a toda prisa y corriendo por el crujiente suelo de la Galería de las Pinturas, llegó a lo alto de la escalera.

Abajo, en el vestíbulo, se encontraba un joven muy elegante, de facciones apuestas, y con el rostro levantado hacia ella y con los labios ya formando de nuevo su nombre.

— ¡Gerard! — Exclamó ella—. No te esperaba . . . 

— Ya sé que no, Demmy — Dijo él, usando el apodo infantil que él mismo le había puesto cuando tenía cuatro años.

Ella bajó corriendo la escalera dispuesta a colgarse del cuello de su hermano.

— ¡Cuidado! —advirtió él—. ¡Cuidado con mi corbata!

— ¡Un nuevo estilo! ¡Oh, Gerard, es muy elegante!

— Sí — Dijo él con aire complaciente—. Se llama estilo "matemático".

— De veras que parece difícil de lograr.

— ¡Lo es! — Reconoció él —. Me ha llevado horas hacérmela y he estropeado casi una docena.

— Déjame mirarte — Dijo Demelza. 

Se apartó para admirar la elegante figura de su hermano, vestido con pantalones ajustados color champán y una levita ajustada sobre un ceñido chaleco.

— ¡Tu nuevo sastre es magnífico! — Dijo ella por fin, sabiendo que él esperaba su veredicto—. ¡Pero me aterroriza pensar lo que te habrá cobrado!

— De eso he venido a hablar contigo — Contestó Sir Gerard Langston. Demelza lanzó una pequeña exclamación.

— ¡Gerard! . . . ¡No me digas que se te acabó otra vez el dinero!

— Eso estaba a punto de suceder — Contestó su hermano —. Pero, vayamos a la biblioteca y te lo explicaré, mientras bebo algo. ¡Vengo agotado del gentío que he encontrado en mi camino hacia aquí!

— Me lo imagino — Dijo Demelza — siempre se pone así en las semanas que preceden a las carreras.

Los preparativos para las carreras de caballos de Ascot comenzaban siempre con bastante anticipación. Los caballos eran trasladados a las numerosas caballerizas que había en los alrededores del hipódromo con la debida antelación.

Los visitantes de la provincia emprendían el largo viaje incluso semanas antes de la fecha fijada para la carrera, mientras que la gente de Londres comenzaba a llegar durante la semana anterior.

En cuanto entraron en la biblioteca, Gerard miró a su alrededor, de una forma que sorprendió a su hermana, como si estuviera inspeccionándolo todo.

Casi siempre, cuando volvía a casa, era para recoger su ropa, que había sido lavada, planchada y zurcida por ella y por su vieja niñera, o bien porque andaba ya tan mal de dinero que tenía que dejar temporalmente las costosas habitaciones alquiladas en la calle de la Media Luna.

Amor prohibidoWhere stories live. Discover now