|| VI ||

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|| Las personas mas silenciosas, tienen las mentes mas ruidosas ||










Pensó que tal vez ella no lo había oído entrar y se había sentado en una silla o en un sofá. Entonces, al recorrer por completo la galería, se dio cuenta de que estaba vacía.

« Debo haberlo soñado» Se dijo a sí mismo.

Mientras permanecía de pie en el lugar en el que le pareció haberla visto, oyó una voz que decía a sus espaldas:

— Buenas tardes, señor.

Él se dio la vuelta y vio a una mujer ya mayor, vestida de gris, con un inmaculado delantal blanco.

— Me imagino, milord — Dijo ella, haciendo una reverencia

— Que usted debe ser el conde de Trevarnon, que ha alquilado la casa para esta semana de carreras. Sir Gerard me dijo que esperara a su Señoría, pero ha llegado antes de lo previsto.

— Espero que es no sea un inconveniente para ustedes — Dijo el conde— vine antes que mis invitados para cerciorarme de que todo estaba en orden.

— Espero que lo encuentre a su entera satisfacción, milord —Contestó Nattie—  aunque estamos muy faltos de ayuda, como sin duda alguna Sir Gerard debe haberle informado.

— Así es, pero mi mayordomo se encuentra ya en camino con un número suficiente de sirvientes para que hagan todo lo necesario.

— Gracias, milord. ¿Quiere su Señoría ver los dormitorios?

— ¡Sí, por supuesto! — Contestó el conde.

Nattie le condujo por el corredor, en dirección opuesta a la galería.

El conde se preguntó si debía mencionar que había visto a una jovencita vestida de blanco; pero prefirió comentar:

— Tal vez quiera usted decirme quiénes hay en la casa, además de usted.

— Sólo la vieja Betsy, que ayuda en la cocina cuando es necesario, milord — Contestó Nattie— y Jacobs, que hace la limpieza, trae carbón y leña y sube el agua para los baños.

El conde no dijo nada y Nattie continuó:

— En las caballerizas están Abbot y su nieto, Jem, que será quien monte el caballo de la casa que participará en las carreras.

Habló de una manera que reveló al conde que estaba decidida a no dejarse impresionar por los caballos de él.

Había una leve sonrisa en sus labios cuando contestó:

— Tal vez ahora quiera decirme su nombre y su posición en la casa.

— Fui niñera del señorito Gerard, milord. Desde que era un niñito, Sir Gerard me ha llamado «Nattie» y es el nombre que me ha quedado.

— Entonces la llamaremos Nattie — Dijo el conde.

— Gracias, milord. Ésta es la habitación en la que pensamos que estaría usted más cómodo. Es el dormitorio principal, pero Sir Gerard no ha querido ocuparlo y sigue durmiendo donde lo hizo de niño.

Amor prohibidoWhere stories live. Discover now