|| VIII ||

2 2 0
                                    


|| Que culpa tiene la distancia de que al amor le guste lo imposible ||










—¿No ir a las carreras? —La interrumpió Demelza— ¡Debes estar loca, Nattie! ¡Por supuesto que iremos! Siempre lo hemos hecho y ciertamente nada me detendría de hacerlo este año, en que quiero ver correr a Crusader y . . . desde luego, a Firebird.

— Es correr un riesgo — Murmuró Nattie.

— ¿Cómo es posible? — Preguntó Demelza—. Nosotros estaremos en la pista. Todos los caballeros que están en la casa estarán dentro del Palco Real con su Majestad.

Eso era verdad, sin duda alguna, de modo que Nattie no pudo decir nada.

— Tan pronto como los caballeros salgan de casa y los lacayos hayan terminado de ayudarte a hacer las camas, nos dirigiremos a las caballerizas — Dijo Demelza.

Su voz estaba llena de excitación cuando continuó diciendo:

—Abbot nos ha prometido llevarnos en el calesín y lo dejará bastante alejado de los puestos. Entre la multitud nadie se fijará en nosotros.

—Supongo que tiene razón —admitió Nattie casi a pesar suyo—. Le subiré un vestido limpio por la mañana. Y ahora, se acuesta inmediatamente.

—Es lo que pienso hacer —contestó Demelza—. ¡Quiero soñar con Crusader!

—¡Caballos, caballos! ¡No piensa usted en otra cosa! — dijo Nattie—. A su edad ya era hora de que tuviera otra cosa con que soñar.

Demelza no contestó. Había oído esas palabras de boca de Nattie muchas veces. 

Sabía que su vieja niñera lamentaba profundamente el hecho de que no pudieran recibir en la casa, ni agasajar a lo que ella consideraba «el tipo correcto de gente».

Era imposible para ella, que vivía sola en Langston Manor, sin una persona mayor de respeto a su lado, conocer chicas de su edad o asistir a los bailes que de vez en cuando se celebraban en los alrededores.

La mayor parte de las casas grandes, era cierto, se llenaban sólo durante la semana de las carreras, o cuando había algún acontecimiento importante en el castillo de Windsor. Aun así, si Lady Langston hubiera estado viva, Demelza habría podido asistir a las fiestas de los alrededores.

Pero su madre había muerto cuando Demelza tenía dieciséis años y como Gerard se fue a vivir a Londres, Demelza, por si sola, no podía hacer ningún tipo de acercamiento con sus vecinos. 

De hecho, no sabía ni siquiera quiénes eran, puesto que muchas de las casas habían cambiado de dueño desde que su padre había muerto.

En realidad, no tenía más deseo que el de vivir tranquila en su casa y montar los caballos de Gerard. Cuando él volvía de vez en cuando, porque no podía cubrir los gastos de su vida en Londres, se sentía plenamente feliz de poder cabalgar con él por el brezal y por el bosque, o escuchar llena de curiosidad las historias sobre la vida alegre que él llevaba entre el Beau Monde.

Algunas veces se preguntaba a sí misma qué pasaría si Gerard se casara. Entonces se daba cuenta de que ése era un lujo que estaba fuera de su alcance, y lo estaría siempre, a menos que se casara con una mujer rica.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Nov 28, 2024 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Amor prohibidoWhere stories live. Discover now