|| Del caos nacen las estrellas. ||
Nadie sabía mejor que ella que le habría sido imposible rechazar aquel generoso ofrecimiento, aunque podía haber numerosas dificultades.
Langston Manor, que era como se conocía su casa, había estado en posesión de la familia Langston desde el reinado de Enrique VIII y la disolución de los monasterios.
La casa había sido ampliada y alterada a través de los años; pero conservó su techo abovedado, sus chimeneas retorcidas, sus ventanas con pequeños cristales en forma de diamante, y su aire de misterio y santidad, que Demelza atribuía al hecho de que había alojado, originalmente, a una orden de monjes cistercienses.
Las fortunas de los Langston habían fluctuado mucho a través de los siglos; algunos miembros de la familia habían sido inmensamente ricos, entre ellos hubo hombres de estado de gran poder y prestigio, mientras que otros habían sido nobles de despilfarradores que diezmaron considerablemente la fortuna familiar.
El padre y el abuelo de Gerard y Demelza habían pertenecido a esta segunda categoría y Gerard, de hecho, había heredado poco más que la casa y unos cuantos acres de tierra.
Él, desde luego, quería pasar la mayor parte del tiempo en Londres y relacionarse con los jóvenes aristócratas, conocidos como Bucks y Meaux, que tan notorios se habían hecho durante la Regencia.
Ellos eran aún la médula del mundo deportivo que giraba en torno al Rey Jorge IV, recién coronado.
Mientras Gerard se divertía en Londres, Demelza se veía obligada a vivir de forma sencilla en casa. Pero como nunca había conocido otro tipo de vida, no echaba de menos el torbellino de la alta sociedad, al que habría pertenecido si su madre hubiera vivido y la familia hubiera tenido posibilidades.
Ella se sentía tranquila y contenta ayudando a su vieja niñera a mantener la casa en orden, atender el jardín y leer. Pasaba buena parte de su tiempo leyendo.
Su verdadera felicidad consistía en que podía montar los caballos de su hermano que, por fortuna para ella, él no podía llevarse a Londres, por el alto costo que habría significado mantenerlos en la ciudad.
Gerard tenía un caballo de carreras, Firebird, en el cual había cifrado grandes esperanzas. Dejaba su entrenamiento en manos de su hermana y del viejo Abbot, que había estado con ellos desde que eran niños.
Fue Abbot quien había insistido en que inscribieran a Firebird en una de las carreras de Ascot, y que iba a ser montado por su nieto, Jem Abbot.
Jem había crecido en la casa de los Langston y empezaba a destacar entre los jockeys más jóvenes, que buscaban caballos para montarlos en todas las más conocidas carreras.
Fue por Jem por quien Demelza se había enterado de la belleza sin rival de Crusader, así como de sus hazañas hípicas; mientras que su hermano era quien le había hablado del conde de Trevarnon.
— Lo que tienes que hacer ahora — Estaba diciendo Gerard— Es dejar todo bien limpio, y buscar un lugar donde quedarse.
— ¿Bu . . . buscar . . . un lugar donde . . .quedarme? — Repitió Demelza con sorpresa.
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Amor prohibido
Romance|| Si vas a pecar, hazlo bien . . . Al final el castigo será el mismo || El hermano de Demelza alquila su casa al conde de Trevarnon, durante la semana de las carreras de Ascot, por mil guineas. Sin embargo, ya que es una reunión sólo para hombres...