|| III ||

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|| Del malo se quejan, pero del bueno abusan. ||










Para ella las habitaciones, amplias y de techos bajos, con sus viejos artesonados de madera tallada y las enormes camas cuyos doseles casi tocaban el techo, tenían un encanto que siempre había amado, el cual formaba parte de su vida y de su imaginación.

Ahora, al retirar las cortinas, muchas de las cuales estaban descoloridas, y abrir las ventanas de cristales en forma de diamantes, se preguntó si el conde, que era tan rico, notaría únicamente lo viejo y desgastado de las cosas.

Tal vez él no apreciaría la suave belleza de los viejos tapices, el color de los pisos barnizados o el tono discreto de muchos de los tapetes que los cubrían.

Para Demelza había belleza en todo, percibía parte de la historia de los Langston en cada habitación, en cada cuarto e incluso en cada mueble.

Afortunadamente, con la llegada del buen tiempo Demelza había hecho una limpieza general y perfumado toda la casa con una mezcla de varias flores, cuya fórmula había sido transmitida a través de generaciones y cuyo aroma agradable conservaban las habitaciones.

Demelza conocía así mismo recetas para jarabes, que daba a la gente del pueblo cuando tenían alguna pequeña dolencia.

La vida era muy tranquila en aquella casa solariega. Se encontraba en la orilla misma del bosque de Windsor, rodeada de árboles y aunque estaba a poco más de una milla del lugar donde se celebraban las carreras, el ruido de las multitudes no llegaba hasta allí.

Pero ahora, pensó Demelza, era muy emocionante que la casa participara también de todo ese alboroto.

No fue solo el pensamiento de que los visitantes y su servidumbre pudieran deteriorar la casa por la que había luchado contra la idea de que Gerard la mandara lejos de allí, sino que no se resignaba a perderse las carreras a las que había asistido desde que era niña.

Sabía que empezaban ya a surgir tiendas de campaña y puestos en los alrededores, como sucedía todos los años.

Habría todo tipo de bebidas, comidas y golosinas para los hambrientos y sedientos visitantes, así como numerosas diversiones y atracciones, juglares, trovadores y seres monstruosos. 

No faltarían las tiendas de juego, donde los incautos perderían sus bien ganados ahorros.

El propio Jem había sido sorprendido el año anterior en el llamado «juego de los dedales», que era muy popular en la zona. Perdió más de una guinea tratando de adivinar el dedal que contenía el premio.

También llegarían, con las multitudes, numerosos ladrones y carteristas.

Ella y Nattie, que siempre la acompañaba a las carreras, todavía se reían de la pandilla que, en un día tan caluroso como los que sin duda haría en esta semana, robaron setenta gruesos abrigos de los carruajes y puestos de los alrededores.

Pero, sin importar lo que sucediera, todo resultaba emocionante para Demelza y le daba tema para hablar y reír durante todo el año que seguía, antes de que llegara la temporada siguiente.

"—No podría soportar la idea de no asistir a las carreras" se dijo a sí misma. "Y este año no sólo voy a ver correr a Crusader, sino que podré hablar con él y tocarlo, cuando esté aquí, en nuestras caballerizas".

Amor prohibidoWhere stories live. Discover now