|| IV ||

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|| Todo queda lejos, si no deseas ir allí. ||










— ¿Me llevarás en tu coche al Castillo de Windsor mañana?

— ¡No!

— ¿Por qué no? Yo estaba segura de que te hospedarías allí, cuando supe que no podrías ir a Bracknell, como habías planeado.

— He hecho otros planes.

— Sean cuales fueren, te quedarás en los alrededores de Ascot, y sin duda alguna puedes dejarme en el castillo al pasar por allí.

Era difícil imaginar cómo un hombre podía negarse a algo que Lady Sydel Blackford le pidiera.

Recostada en una chaise-longue, parecía más que tentadora. Llevaba sólo una diáfana negligé de gasa que se ceñía a su esbelto cuerpo.

Le habían dicho tantas veces que se parecía en el rostro y en la figura, a la exquisita princesa Paulina Borghese, hermana de Napoleón Bonaparte e inmortalizada por la escultura de Canova, que casi instintivamente asumía la misma pose de la famosa estatua.

El cabello dorado, recogido en lo alto de su cabeza y los ojos azules bajo las largas y oscuras pestañas, más por los efectos del maquillaje que por la naturaleza en sí, le daban un aire un tanto artificial; pero, al mismo tiempo, no se podían negar ni su belleza, ni su atractivo sexual.

El conde, que se hallaba cómodamente sentado en un sillón, bebiendo una copa de brandy, parecía por el momento inmune tanto a su belleza como a la súplica de sus ojos.

— ¿Por qué no te quedas en el castillo? — Le preguntó, encogiendo los labios en un mohín —. El Rey te ha invitado muchas veces y tú sabes muy bien que a él le gusta tenerte a su lado.

— Yo prefiero estar solo — Contestó el conde—, sobre todo en la semana de las carreras, en que debo concentrarme en mis caballos.

— ¿Y olvidarte de mí? — Preguntó Lady Sydel. Él no contestó y ella dijo, casi con enfado:

— ¿Por qué tienes que ser siempre tan irritante? Casi pensaría que es una pose tuya, si no fuera tan habitual.

Lady Sydel hizo un gesto de impotencia con las manos. Sus largos dedos parecían demasiado frágiles para los enormes anillos que llevaba.

— ¡Te quiero, Valient! — Dijo —. ¡Te amo, como tú bien sabes, y quiero estar contigo!

— El grupo que va conmigo a las carreras, como tú sabes también, está formado solo por hombres, todos solteros.

— ¿Y a dónde los vas a llevar ahora que no puedes ir a la posada de Bracknell, como intentabas hacer?

— He alquilado la casa de Langston. Está, según creo, bastante cerca de la pista.

— ¿Langston? ¿Te refieres a ese chico guapo que según dicen no tiene dónde caerse muerto?

— Me imagino que ésa es una descripción bastante exacta de él — Contestó con sequedad.

Lady Sydel se echó a reír.

— En cuyo caso vas a encontrarte con una casa solariega destartalada, muy incómoda, con la lluvia calándose por los agujeros del techo y cayéndote sobre la cabeza.

Amor prohibidoWhere stories live. Discover now