El demonio y el cuervo

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"Yo estaba en ¿Dónde era? ¡Ah, sí, Baltimore! Me habían enviado ahí como castigo por la buena acción involuntaria que hice para Elspeth..."

-Ni tan involuntaria, querido, sé muy bien que no querías que la pobre acabara con su vida.- lo interrumpió muy animado Aziraphale.

-Estamos perdiendo el hilo de la historia, Ángel.- a pesar de ya no servir directamente al Infierno, a Crowley aún le gustaba pretender que era el tipo más malo y despiadado de todos.

-¡Oh, lo siento!

"¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! Después de todo el desastre de emborracharme con láudano para salvar la vida de una chica humana y luego involuntariamente hacerla rica, a Lord Belcebú le pareció divertido retenerme 5 años haciendo papeleo en el Infierno y para librarme de ese fastidio acepté hacer una labor social que aseguraría una inmensa cantidad de pecadores:

Propiciar la adicción al láudano y al opio en Norteamérica por 20 años.

¿Y qué mejor lugar para cumplir con mi tarea que un hospital? En 1849 si sabías hervir un té de hierbas y agregarle miel cuando te dolía la garganta ya eras prácticamente un médico, por lo que lo único que tuve que invocar con un milagro para que me dejaran entrar fue una bata blanca.

-Muy bien, señor Johnson, para su malestar le receto diez aspiraciones de opio y...-hice una pequeña pausa, la idea era crear tantos adictos como pudiera, pero no serviría de nada si terminaba matándolos de una sobredosis. Aún así, decidí arriesgarme.- Y cincuenta...nah, ¿Sabe qué? Sesenta gotas de láudano. Hágalo diario hasta nuevo aviso.- firmé satisfecho la receta con un nombre ilegible y se la entregué al infeliz frente a mí.

-¡P-pero, doctor! ¿Diez aspiraciones? ¿Sesenta gotas de láudano? ¿Todos los días? ¡Eso va a matarme!- me reclamó el calvo y regordete hombre con la más deliciosa expresión de horror en su rostro.-¿No hay otro tratamiento, doctor?-

-Oh sí, lo hay.- respondí con desinterés, el pobre idiota me miró con esperanza.- La alternativa que tienes es viajar en el tiempo y convencer a tu yo del pasado de serle fiel a su esposa, no tirarse a todas las rameras baratas de Baltimore y evitar contraer sífilis, clamidia y, al menos, otras tres enfermedades que ya deberían haber hecho que el pene se te cayera como una salchicha purulenta.- mi "paciente" cambió de inmediato su expresión alegre por una de sorpresa.-Y como claramente no eres la mente más brillante que nos haya dejado la Revolución Industrial, vas a aspirar diez bocanadas de opio y tomar sesenta gotas de láudano al día si quieres llegar más o menos presentable a la boda de tu hija mayor, ¿Quedó claro?

Después de mi muy sincera respuesta, el tipo me miró avergonzado, tomó su receta y se fue completamente derrotado. Sonreí de satisfacción.

-No había necesidad de ser tan cruel, Crowley- volvió a interrumpir Aziraphale en un tono recriminatorio.

-Meh, yo no le dije que se la metiera a todo lo que se moviera en Baltimore.- se defendió Crowley sin mucho interés.

"Prosigo. Esa había sido mi cuarta "consulta" del día, así que decidí tomarme un descanso y no había nada mejor que dar una vuelta por el hospital para conocer a los pacientes.

Para mi mala suerte, ese día no había nada interesante, unos cuantos tuberculosos por ahí, alguien que no se cuidó una gripe y había derivado en pulmonía por allá, dos o tres mujeres dando a luz al mismo tiempo y creo que lo que fue el primer intento de cirugía a corazón abierto, el tipo no sobrevivió, así que ni siquiera se molestaron en registrarlo, le dijeron a su familia que había muerto por una infección.

Amor más que amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora