CAPÍTULO 5

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Durante unos segundos, Violeta miró el reloj colgado en la pared de su nuevo hogar en Madrid y una sensación de calidez le inundó lentamente el pecho. Sonrió, inconscientemente, mientras agarraba la copa de vino y la apoyaba contra su mejilla.

Era la sensación de que había tenido un buen día.

Había sido un día con la agenda despejada y lo bien que le había sentado desconectar de todo.

Horas antes, había quedado con Kiki para que le acompañase al IKEA; la granadina necesitaba con urgencia un mueble para su televisión del salón, un módulo, un aparador o lo que fuese... Y la menorquina no había dudado en ofrecerse para acompañarla en aquel día libre de abril.

Violeta miró a su amiga, desde el sofá de su pequeño apartamento de solo una habitación, y no se le borró la sonrisa al verla con aquel plano indescifrable de la compañía sueca.

–Quién diría que se te daban bien estas cosas...

La granadina bebió de su copa y la dejó en la mesita de café, mientras se inclinaba hacia adelante apoyando sus codos en las rodillas. Chiara estaba al otro lado de la mesa, justo en la zona donde iría el nuevo mueble, con una pierna doblada y la otra estirada a la misma vez que intentaba juntar dos tablones de madera.

–Pues... no sé por qué lo dices.

La menorquina no levantó la vista en ningún momento, pero a Violeta no le hizo falta mirarle a los ojos para saber a lo que se estaba refiriendo con aquel comentario.

–No lo digo a malas, Keeks, yo soy malísima. Mírame.

Literalmente, no había hecho más que escoger el mueble de fresno y subirlo, con ayuda de Kiki, por las escaleras del bloque.

–Ya... lo único que haces es beber vino.

Violeta rápidamente levantó uno de sus dedos, mostrando su manicura, para cortarle antes de tiempo con una divertida sonrisa en el rostro:

–Y servirte el vino a ti, amore–añadió, para coger la botella y servirle un poco más en la copa de la inglesa y después en la suya–. Y poner música. Y darte las cosas que me pides, bueno, eso ya no... ¡Si casi lo tienes!

–Pero no es mi mueble, Vivi.

–Como si lo fuera, con el tiempo que vas a tirarte aquí... conmigo.

–Mentira, tengo mi propio piso. ¿Te acuerdas?

La pelirroja no despegó sus ojos de Chiara en ningún momento, sintiendo aquel juego que había entre ellas. Últimamente los piques, el chinchar a la otra, molestarse... estaban siendo constantes, más de lo que recordaba dentro de la academia.

Y otra vez aquella sensación de felicidad le sobrevino en el pecho.

–Ya veremos.

–Me prometiste una Pamper Night y ver el documental de Donna Summer–reprochó la inglesa.

Si que era cierto que Violeta había tenido que usar alguna que otra compensación para que Chiara le ayudara a montar el mueble.

–Cuando acabes haremos lo que tú quieras, así que chop-chop. Yo voy pidiendo las hamburguesas, de mientras.

La voz de Sabrina Claudio sonaba a través de los altavoces del móvil de Violeta mientras iba pidiendo la cena para las dos a domicilio. Con el IPhone entre las manos, escuchó como Chiara seguía trabajando en el mueble, hasta que por fin soltó el taladro de entre sus manos:

–Mi padre es bueno con estas cosas y de pequeña siempre le ayudaba–dijo, descansando por unos segundos a la vez que cogía su copa de vino–, solo necesito no distraerme y hacer foco en la imagen de las instrucciones. Leerlas no, eso es una mierda. Y nunca se entienden.

Violeta la escuchó y se imaginó a Chiara de pequeña, corriendo sin parar alrededor de su padre, mientras le ayudaba con la carpintería.

–A lo mejor no ha sido la mejor idea darte vino tan pronto.

Maybe... or maybe not.

–¡¿Ya lo tienes?!

–Necesito que me ayudes a ponerle las patas al mueble, y sí... ya estaría.

Violeta se puso de pie de un salto, dispuesta a seguir las indicaciones de Chiara para acabar juntas con el mueble.

Y de hecho, dos horas más tarde, el mueble estaba en su nuevo lugar sosteniendo la televisión que emitía el documental: Love to Love You, Donna Summer. Violeta, desde el sofá, bajó la vista al mueble y le salió una pequeña sonrisa al verlo; era perfecto para aquel apartamento. Quizás tenía alguna que otra rozadura; algún golpe de más que le habían dado al subirlo por las escaleras, o cuando lo habían puesto en el sitio, pero aquello tan solo le hacía gracia... le hacía ver el mueble de forma diferente, porque tenía una historia detrás.

Una historia por contar con Kiki.

–¿Te está gustando?–preguntó la menorquina.

–¿Eh?

–El documental.

–Sí, sí, claro...

La granadina se revolvió, una vez más, en el sofá.

–Pues... no dejas de moverte, Vivi. Pareces incómoda.

–Un poco, no encuentro la posición que...–incluso con la mascarilla puesta en la cara, le era difícil encontrar una postura en la que su cuerpo se relajara.

–Ven.

–¿Cómo?

Come here!

Ambas estaban sentadas de la forma más natural posible en el sofá, solo que esta vez Chiara tiró de ella y dejó que su muslos sirvieran de almohada, mientras ella misma apoyaba los pies sobre la mesa de café. Violeta se acomodó el pelo, y se olvidó de la mascarilla mal puesta, y respiró con fuerza dejando que todos sus músculos se relajaran. Y en aquella nueva postura no le pareció muy complicado..., sobre todo cuando notó los dedos de su amiga acariciándole el brazo con suavidad. 

If the world was ending... (you'd come over, right?)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora