Capítulo 2 - La Soledad de Moria

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En el corazón del castillo de sombras, donde el tiempo parece haberse detenido, vivía Moria, una joven vampira de largos cabellos oscuros y ojos que reflejaban la luna llena. Su hogar, aunque grandioso y repleto de antigüedades y libros antiguos, era también un lugar de profunda soledad. Moria había vivido siglos en ese castillo, observando el paso del tiempo y las estaciones desde las altas ventanas de cristal colorido.

Cada rincón del castillo contaba una historia, desde los tapices que colgaban en las paredes hasta los muebles tallados a mano que habían pertenecido a generaciones de su linaje. Sin embargo, a pesar de estar rodeada de tanta riqueza y belleza, Moria sentía un vacío en su corazón que ni los libros más fascinantes ni las antigüedades más valiosas podían llenar.

Durante el día, Moria descansaba en su lujosa cámara, protegida de la luz del sol por pesadas cortinas de terciopelo. La noche, sin embargo, era su reino. Cada anochecer, se despertaba con un sentido renovado de esperanza, esperando que esa noche pudiera traerle algo más que la rutina de su vida inmortal.

Moria solía caminar por los pasillos del castillo, sus pasos resonando en el silencio. Visitaba la biblioteca con frecuencia, sumergiéndose en las páginas de libros que describían amores perdidos y aventuras épicas. Aunque estas historias le ofrecían una escapatoria temporal, también le recordaban lo que le faltaba: la compañía de alguien que pudiera entender y compartir su eternidad.

Una noche, sintiéndose particularmente sola, Moria decidió aventurarse fuera del castillo. Voló como una sombra silenciosa sobre el pueblo de Groteskal, observando desde la distancia las vidas de los otros habitantes. En la plaza del pueblo, vio a las criaturas reunirse, compartiendo risas y compañía. Sintió una punzada de envidia y anhelo, deseando ser parte de esa calidez y camaradería.

Decidida a encontrar algún tipo de conexión, Moria descendió a la orilla del lago, un lugar que siempre había encontrado tranquilizador. Allí, se sentó en una roca y dejó que la brisa nocturna acariciara su piel. Miró su reflejo en el agua, preguntándose si alguna vez encontraría a alguien que pudiera ver más allá de su apariencia y comprender su verdadero ser.

Mientras estaba absorta en sus pensamientos, escuchó una melodía distante que flotaba en el aire. Era una música suave y melancólica, tocada con una flauta. Moria cerró los ojos y dejó que las notas la envolvieran, sintiendo que la música hablaba a su alma solitaria. Por un momento, se sintió menos sola, conectada a través de la música con un espíritu afín.

Intrigada por la fuente de la melodía, Moria se levantó y siguió el sonido a través del bosque, sus pasos ligeros como una brisa. Finalmente, llegó a un claro donde vio a Fenrir, el hombre lobo, tocando su flauta junto al lago. Observó desde las sombras, cautivada por la intensidad de su música y la tristeza en sus ojos azules.

En ese momento, Moria sintió una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, había encontrado a alguien que podría entender su soledad. Sin embargo, no se atrevió a acercarse aún. Decidió regresar a su castillo, llevando consigo la melodía de Fenrir como un recordatorio de que no estaba completamente sola en el mundo.

A medida que la noche avanzaba, Moria se quedó en su habitación, pensando en el hombre lobo y su música. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió soñar con la posibilidad de una conexión, una amistad que pudiera aliviar la eterna soledad de su corazón inmortal.

Amor en Groteskal: La Balada de Moria y FenrirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora