En las noches siguientes, Moria no pudo quitarse de la cabeza la melodía que había escuchado junto al lago. La música de Fenrir parecía resonar en su mente, ofreciendo consuelo a su solitario corazón. Decidida a escuchar nuevamente esas notas, volvió al lago cada noche, esperando en las sombras mientras Fenrir tocaba su flauta.
Fenrir, por su parte, encontraba en la música un escape de su propia soledad. La flauta había sido un regalo de su madre, una loba sabia que le enseñó a apreciar las maravillas de la naturaleza y el poder de la música. Fenrir tocaba para recordar su voz y sus enseñanzas, y para expresar los sentimientos que su forma salvaje le impedía comunicar de otro modo.
Una noche, mientras Fenrir tocaba una melodía especialmente triste, Moria decidió revelarse. Salió de las sombras y se acercó con cautela, temiendo asustarlo. Sin embargo, Fenrir la observó con curiosidad y, aunque al principio se tensó, pronto comprendió que no representaba una amenaza.
—Tu música... es hermosa —dijo Moria en voz baja, sus palabras cargadas de sinceridad y admiración.
Fenrir se quedó en silencio por un momento, sorprendido por la presencia de la vampira. Luego, asintió y bajó la flauta, observándola con sus profundos ojos azules.
—Gracias —respondió, su voz grave y serena—. ¿Quién eres?
—Soy Moria. Vivo en el castillo al este del pueblo. Te he escuchado tocar durante varias noches. Tu música me ha traído consuelo.
Fenrir esbozó una sonrisa, la primera en mucho tiempo. Era extraño para él recibir un cumplido, especialmente de alguien tan diferente como Moria.
—Soy Fenrir —dijo—. Toco para recordar a alguien que perdí hace mucho tiempo.
Moria asintió, sintiendo una conexión inmediata con él. Ella también sabía lo que era perder a seres queridos y vivir con recuerdos que nunca se desvanecen.
Esa noche, conversaron durante horas, compartiendo historias de sus vidas y las penas que llevaban en sus corazones. Moria habló de su soledad en el castillo y su amor por los libros y la historia. Fenrir, a su vez, le contó sobre su madre y cómo la música le ayudaba a sentir su presencia.
A medida que hablaban, Moria sintió que la pesada carga de su soledad comenzaba a aligerarse. Fenrir también sintió un cambio, como si la música que tocaba finalmente hubiera encontrado un oído atento y un alma comprensiva.
—¿Te gustaría volver mañana? —preguntó Fenrir, con la esperanza de no volver a pasar otra noche solitaria.
—Me encantaría —respondió Moria, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.
Así, cada noche se encontraron junto al lago, compartiendo melodías y palabras. Moria descubrió que la música de Fenrir tenía el poder de sanar las heridas invisibles de su alma, y Fenrir encontró en Moria a una amiga que comprendía su dolor y su alegría.
Las melodías en la noche se convirtieron en un ritual sagrado para ambos. Mientras Fenrir tocaba, Moria cantaba suavemente, creando armonías que llenaban el aire de magia y esperanza. El lago, el bosque y todo Groteskal parecían detenerse para escuchar su música, como si la naturaleza misma celebrara la unión de estos dos corazones solitarios.
A medida que pasaban los días, la relación entre Moria y Fenrir se profundizó, convirtiéndose en una amistad verdadera y sincera. Ambos sabían que habían encontrado en el otro algo único, algo que había estado faltando en sus vidas inmortales. Y así, bajo la luz de la luna y las estrellas, nacía una conexión que prometía transformar sus existencias para siempre.
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Amor en Groteskal: La Balada de Moria y Fenrir
RomanceEn el misterioso pueblo de Groteskal, escondido bajo las montañas nevadas de Transilvania, viven criaturas de todo tipo. Entre ellas, Moria, una amable vampira, y Fenrir, un bondadoso hombre lobo, encuentran un amor inesperado. Su relación, nacida d...