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Jasper había decidido caminar a casa esa tarde. A veces, eso lo ayudaba a pensar, a veces eso le traía paz y lo alejaba de los pensamientos tormentosos. A veces, pero este no era el caso.

«Vas a sufrir tanto que jamás en la vida dejarás de perseguirme».

La voz de Clayton March retumbó en sus oídos con fuerza, la sonrisa cargada de arrogancia cuando el bastardo logró zafarse por enésima vez de la cárcel. Ahora estaba prófugo y la venganza que Jasper elucubró en su mente una y otra vez no solo parecía lejana, sino imposible.

El viento traspasaba su abrigo y su traje de tres piezas hecho a medida. A Jasper no le importó, pocas cosas lo hacían desde hacía dieciocho meses, quince días y seis horas. Sí llevaba un maldito contador de tiempo en su cabeza que estaba unido también a su corazón.

«11 de julio».

Una semana antes de esa fecha había tenido a su hijo y a su esposa en sus brazos, habían visto los fuegos artificiales del día de la independencia. Se había reído y había hecho reír a Lorna, a esa mujer que ya no estaba, a esa mujer que le arrebataron. Su hijo lo había mirado, esos ojos azules iguales a los de su esposa, la sonrisa que lo transportaba al Eliseo, a un lugar donde él podía ser mejor persona, no el hombre con stress postraumático cargado de ansiolíticos. La mano de su hijo en la suya lo llevó a un sitio en donde el bien y el mal no existía y solo había paz. En donde cualquier constructo humano se difuminaba al calor de un corazón lleno de amor.

De pronto, nada de eso había ocurrido, de pronto la vida le dio tantos golpes que sus piernas flaquearon y lo pusieron de rodillas. Jasper asumió ese estado permanente. Solo le quedaba la derrota, sin embargo, en una de esas tantas noches de dolor recalcitrante entendió que la vida le estaba dando una nueva misión, una en la que no podía fallar. Debía hacer pagar a los hijos de puta que se llevaron a su familia, a todos los bastardos que se cargaron a decenas de familias. Fue eso lo que lo llevó a fortalecerse en su puesto y no desistir. Era fiscal del estado de Nueva York, tenía en su mano herramientas con las que pocas personas contaban.

La gente iba y venía, perdida en sus problemas, en sus pensamientos, en alegrías, en tristezas, o simplemente ahogada la monotonía de la semana, del mes, del año. La gente pocas veces se detenía a vivir, a disfrutar, a sentir. Todo eso cambiaba cuando perdías lo que amabas, lo que creíste que siempre estaría a tu mano.

Un vagabundo que estaba sentado en el piso y comía un emparedado le llamó la atención. Junto a él tenía un pequeño perro lanudo con quien compartía la comida. Lo había visto varias veces, el muchacho de unos veinte años iba y venía por los mismos lugares. Siempre se cubría el rostro. Jasper lo escrutó. El joven que, hasta ese momento solo se había enfocado en el animalito que lo acompañaba, lo observó. Jasper podía jurar que esos eran los ojos azules más bellos que había visto en su vida, casi competían con los de su esposa y su hijo en su mente. Jasper agachó la cabeza y siguió camino a su penthouse.

Ingresó al edificio en donde conocía a pocas personas, y la verdad es que no le interesaba hacer sociales con nadie. Su esposa era buena en ello, su hijo era un relacionista público nato, él, solo era un fiscal, encerraba a los malos y vengaba a los buenos. Se miró en el espejo de cuerpo entero al costado de la amplia sala diseñada por el amor de su vida. Se enfocó en su imagen, en sus ojeras que denotaban horas perpetuas de insomnio y pensamientos lúgubres.

«Tienes 42 años, ¿por qué carajo te has entregado al celibato? Tu esposa está muerta ¡No tú!».

Cerró los ojos y dio un suspiro. Había estado a punto de golpear a uno de sus amigos cuando le recordó el hecho de que estaba solo ¡Como si necesitara que alguien se lo restregara en su cara! Estaba solo, y el sexo no cambiaría eso. Jasper jamás había vuelto a mirar a una mujer con deseo después de su esposa. Entendía que alguien como Jeremy no lo entendería, comprendía que un hombre que se tiraba a todo Manhattan no alcanzara a dilucidar la profundidad del dolor de perder a tu compañera de dos décadas. Incluso si existiera una posibilidad de una nueva relación, Jasper desconocía cómo actuar. Llevaba años fuera del circuito de la soltería. Las mujeres que conocía estaban casadas o en relaciones estables y por dios, no entraría en la locura de las aplicaciones como el idiota de su compañero.

Especial LGBTQ Día del orgullo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora