CAPITULO 3

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Al día siguiente, tuve como siempre mi primer entrenamiento. Aunque estaba un poco nervioso, la emoción de estar en un equipo de nuevo superaba cualquier duda.

Al llegar, el entrenador, un hombre robusto y enérgico llamado Cooper, me recibió con una sonrisa y una palmada en la espalda.

—¡Ethan! Bienvenido al equipo. Espero que estés listo para trabajar duro —dijo el entrenador.

—Sí, señor. Estoy listo —respondí con determinación.

Los demás jugadores me recibieron con entusiasmo. Algunos ya me conocían de vista por mi primer día en el instituto, y otros estaban curiosos por ver mis habilidades en el campo. Después de unas cuantas bromas amistosas y presentaciones, comenzamos a entrenar.

Pronto demostré mi destreza en el fútbol. Mi velocidad, precisión y control del balón eran impresionantes, y no pasó mucho tiempo antes de que me ganara el respeto y la admiración de mis compañeros. La camaradería y el espíritu de equipo eran palpables, y me sentí afortunado de formar parte de un grupo tan unido.

Sin embargo, no todo el mundo estaba contento con mi llegada. Un grupo de amigos observaba sentado desde las gradas, riendo y haciendo comentarios sarcásticos.

—¡Pero bueno, chicos, si tenemos uno nuevo! —gritó una de las chicas, señalándome—. Veremos cuánto aguanta.

Sus amigos rieron a carcajadas, y algunos incluso empezaron a imitarme torpemente, exagerando y ridiculizando mis esfuerzos.

Intenté ignorar las burlas, concentrándome en el entrenamiento, pero era difícil no notar las risas y los comentarios despectivos. Afortunadamente, el entrenador Cooper también se dio cuenta.

—¡Bianchi! —gritó el entrenador, caminando con paso firme hacia ella y sus amigos—. Si no vas a decir nada constructivo, mantén la boca cerrada.

Ella levantó las manos en señal de rendición, pero sus ojos destellaban con desafío.

—Solo nos divertíamos, entrenador —dijo con una sonrisa sarcástica.

—Esto no es un juego. Muestra un poco de respeto por tus compañeros de instituto —respondió el entrenador con severidad.

Bianchi hizo una mueca, pero finalmente se dio la vuelta, alejándose con sus amigos. Sin embargo, sus palabras resonaron en el aire.

A pesar del incidente, el entrenamiento continuó sin más interrupciones. Me concentré en mejorar y demostrar mi valía, agradecido por el apoyo del entrenador Cooper y mis compañeros de equipo.

Al terminar el entrenamiento, mientras recogíamos nuestras cosas, uno de los jugadores, un chico simpático llamado Jake, se acercó a mí.

—No te preocupes por ellos. Siempre están buscando algo o a alguien para molestar. Si sigues así, se darán cuenta de que no eres un blanco fácil.

Asentí, agradecido por las palabras de ánimo.

—Gracias, Jake. Solo quiero hacer lo mejor para el equipo.

—Y lo estás haciendo. Vamos, te invito a un batido en la cafetería. Es una tradición después del primer entrenamiento —me dijo Jake, sonriendo.

Acepté la invitación, contento de haber encontrado no solo un equipo, sino también amigos.

En la cafetería pedí un batido de arándano y me senté con mis nuevos amigos Jake y Sam.

—Eh Ethan, ¿qué tal te has sentido en tu primer entreno? —me preguntó Sam.

—Bastante bien, genial diría yo. Salvo por... —paré un momento para beber un sorbo de mi batido.

—Menos por Bianchi y su séquito —respondió Jake por mí.

—Ah, bueno. Pero para eso estamos nosotros dentro del campo, para apoyarnos mutuamente —dijo Sam con gran determinación.

—Aunque el entrenador ayudó bastante regañándola —añadí.

—Pues siento decirte que no te vayas acostumbrando porque el entrenador nunca la ha mandado callar. Salvo hoy, claro —dijo Sam extrañado.

Después de terminar nuestros batidos, Jake, Sam y yo nos despedimos y yo me dirigí a mi casa. En el camino sentí que, a pesar de los desafíos, estaba empezando a encontrar mi lugar en el instituto.

Los días siguientes transcurrieron con una mezcla de emoción y nerviosismo. Cada entrenamiento era una oportunidad para mejorar y demostrar mi valía, no solo al entrenador y a mis compañeros, sino también a mí mismo. Sentía que, poco a poco, me iba ganando un lugar en el equipo y que mis habilidades estaban siendo reconocidas.

En el instituto, también comenzaba a sentirme más integrado. Las clases eran interesantes y los profesores, en su mayoría, parecían estar genuinamente interesados en nuestro aprendizaje. Hice algunos amigos en mis clases, y aunque aún me sentía un poco fuera de lugar a veces, sabía que era cuestión de tiempo adaptarme por completo.

En el Mismo CampoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora