𝘤𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 𝘴𝘪𝘦𝘵𝘦

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𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐧𝐨 𝐭𝐞 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐯𝐨𝐜𝐚𝐬, 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐦𝐞 𝐜𝐚𝐬𝐭𝐢𝐠𝐚𝐬

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RAFE CAMERON

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RAFE CAMERON

Llevaba despierto mucho antes de que el sol empezara a salir por el horizonte. Había estado toda la noche dando vueltas en la cama, preocupado por la reunión que tendría en pocas horas. Era la primera vez que asistiría a una reunión del negocio familiar en años. Mi padre había decidido darme otra oportunidad después de no haber asistido a la anterior y estaba bastante ilusionado con la confianza que había vuelto a tener en mí.

Me levanté con cuidado para no despertar a nadie, caminando descalzo por el pasillo en dirección al baño. Abrí el grifo de la ducha, esperando a que el agua alcanzara la temperatura perfecta antes de meterme debajo del chorro. El agua caliente relajaba mis músculos tensos, pero no lograba calmar la inquietud en mi mente. Después de secarme con una toalla de algodón blanco, me acerqué al espejo y empecé a afeitarme con precisión. Cada trazo de la navaja era lento y deliberado, asegurándome de no dejar ni un solo pelo fuera de lugar. Sentía la necesidad de dar una buena impresión a todos los presentes que estuvieran con nosotros.

Volví a mi habitación y abrí el armario. Había elegido mi traje la noche en que mi padre me había dicho que tendría que estar junto a él: un elegante traje azul marino de corte impecable. Lo descolgué con cuidado y lo extendí sobre la cama. Primero, me puse una camisa blanca recién planchada, asegurándome de que no quedara ni una sola arruga. Los gemelos de plata, un regalo de mi abuelo, brillaban bajo la luz tenue de la lámpara de noche mientras los ajustaba en los puños de la camisa. Luego, me puse el pantalón del traje, ajustándolo a la cintura y asegurándome de que caía perfectamente sobre mis zapatos. Los zapatos, unos oxford negros relucientes, habían sido pulidos hasta alcanzar un brillo casi cegador la noche anterior. Me senté en el borde de la cama para abrocharlos, revisando que cada detalle estuviera en orden.

Me acerqué al espejo de cuerpo entero y me puse la chaqueta, sintiendo el ajuste perfecto sobre mis hombros. Moví los hombros para asegurarme de que la chaqueta caía bien, sin arrugas ni tiranteces. La tela se acomodaba con fluidez, un testimonio de la alta calidad del traje. Me ajusté hasta el penúltimo botón de la camisa, dejando el cuello un poco abierto para no parecer tan serio. Ajusté el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, ese que tenía las iniciales de la familia bordadas en dorado y que siempre había sido un toque pequeño de estilo personal de todos los hombres de la familia. Pasé los dedos por el borde del pañuelo, asegurándome de que estaba perfectamente doblado y ligeramente visible, aportando ese toque de distinción.

DE RICOS Y REBELDES - RAFE CAMERONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora