CAPÍTULO 2: FIESTA DE PIJAMAS
—Lo que sea me llamas, ¿vale? —me pidió mi madre siguiéndome mientras bajaba las escaleras de nuestro porche de la entrada para ir a casa de Amber— Sea la hora que sea, estés donde estés. Me llamas —su cara dejaba muy a la vista que era un completo manojo de nervios—.
—Estaré bien mamá, no te preocupes, ¿vale? Te llamaré si pasa algo. Aunque lo dudo mucho. Mañana nos vemos —dije dándole un beso en la mejilla, sabía que así se quedaría más tranquila. Mamá podía llegar a ser muy protectora pero la verdad era que le había dado motivos de sobra para preocuparse por mí cuando vivía allí, pero las cosas habían cambiado—, te quiero mucho.
—Yo también cariño, pásalo bien pero no mucho —dijo cerrando la puerta de la entrada mientras yo arrancaba el coche para salir de allí—.
Aparqué en la acera de enfrente de la preciosa casa de Amber. Cogí mi mochila y fui hasta la puerta de la casa, no había cambiado nada, todo seguía igual. La fachada era grande y tenía el mismo color blanco que todas las del barrio, pero destacaba por los dos altos robles que el padre de Amber había mandado plantar cuando se mudaron al vecindario. Eran realmente bonitos. Toqué el timbre y esperé a que me abriesen la puerta. Escuché pasos y un par de gritos poco después pero como tardaban en abrir, acabé distrayéndome con el precioso jardín que la madre de Amber, Bridget, tenía. Había rosas, violetas, margaritas y varios arbustos, el jardín estaba rodeado por una valla blanca para evitar que Candy, la perrita de Amber, hiciese trizas sus preciosas flores. Localicé a Candy en su casita durmiendo, ella sí que había cambiado, ahora era mucho más grande pero su pelaje blanco seguía siendo igual de bonito y liso.
—¡Yo abro! —reconocí esa voz al instante, era James, el hermano mayor de Amber, aunque ellos hacían como que no se conocían en el instituto. La razón era que él formaba parte de los populares. Aún recuerdo las mil de peleas que Amber y él tenían por dejar que sus amigos nos tratasen mal, bueno, que me tratasen mal a mí—.
La puerta se abrió dejando ver al chico, seguía tan guapo como siempre, aunque ahora se le veía más hombre que niño. James había crecido y mucho. Era un año mayor que nosotras así que este año era su último curso en el instituto. Su pelo rubio estaba despeinado, seguramente porque había pasado la mañana y parte de la tarde durmiendo. Sus profundos ojos marrones recorrieron mi cuerpo haciendo que me sintiese incómoda y sin darme cuenta me llevé los brazos al cuerpo para cubrir no sabía qué. James llevaba una camiseta básica de manga corta blanca y un pantalón de chándal ancho gris. Cuando sus ojos llegaron a los míos una perfecta sonrisa se dibujó en sus labios. Conocía esa sonrisa, la había visto mil veces de lejos pero jamás pensé que la usaría conmigo. Esto iba a ser divertido. Muy divertido.
—Hola guapa, ¿eres nueva en la ciudad? —tuve que esforzarme mucho para no empezar a reírme en su cara, no quería acabar con la diversión y que me reconociese tan pronto— no me parece haberte visto antes, ¿vas al instituto de aquí? —ese era el instituto del que había huido dos años atrás, pero ya no iba a haber más huidas. Había vuelto para quedarme—.
—Hola —respondí esbozando una dulce sonrisa—, no exactamente, llegué hace poco.
—Oh, eso es genial —dijo ensanchando aún más su sonrisa, se apoyó en el marco de la puerta y se rascó la nuca, ¿esa era su táctica para mostrar sus bíceps? Vaya, sí que la tenía ensayada— ¿y qué te trae a mi casa? Quiero decir, que la visita no podría ser mejor, pero...
—Tu hermana y yo somos amigas —dije cortándole, no aguantaría mucho más—.
—James, déjala pasar y deja de intentar ligar con Kath no quiero que la espantes como a todas —dijo Amber desde la escalera rodando los ojos, no pude evitar reírme—.
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Que vuelva a brillar el sol
Teen FictionKatherine Reed vivía un infierno de bromas de mal gusto, acoso escolar e insultos. Alguien se encargó de que así fuera durante años, hasta que Kath desapareció con una maleta en cada mano, pero no para siempre. Volvería. Ahora, dos años después, Kat...