CAPÍTULO 1: HOGAR DULCE HOGAR
Estaba aterrada y emocionada. Habían pasado dos años, dos años desde que había pisado Chicago por última vez. Y hoy estaba aquí de nuevo, esta vez, para quedarme.
Bajé del avión y cogí mis dos grandes maletas color rojo cereza que Camyl se había encargado de llenar con ropa nueva y preciosa con la que, según ella, verían a una nueva Katherine. Una nueva Katherine, no sabía si eso me convencía, pero ese era el motivo por el que había vuelto y ahora no podía echarme atrás. No después de tanto esfuerzo. Aunque la verdad es que esa Katherine siempre había estado ahí, pero no tenía el valor de salir.El aeropuerto era un lugar feliz y triste. Había despedidas, pero también reencuentros con cálidos abrazos con los que no podías evitar sonreír. Reencuentros como el que tendría yo hoy. Busqué con mis ojos a mi madre cuando salí de la terminal y segundos después la localicé. Sonreí, la había echado tanto de menos. Mamá seguía siendo una mujer preciosa, era de mi estatura, más o menos, rozando el metro sesenta y cinco. Castaña con el pelo a la altura de los hombros y una dulce sonrisa siempre en la cara. Tenía treinta y nueve años, pero era como si el tiempo no pasara para ella desde que cumplió los treinta, se conservaba realmente bien. A su lado estaban Roxanne y Amber, mis dos mejores amigas, tan guapas y radiantes como siempre habían sido. La envidia de toda chica. Por un momento me hicieron parecer insegura y diminuta, tal como solía pasar cada vez que andaba a su lado por los pasillos del instituto cuando teníamos quince años, pero luego recordé porque había vuelto y lo fuerte que era ahora. Me había costado, pero allí estaba. Sonreí. En las manos de Amber había una cartulina verde, mi color favorito, y mi nombre escrito en ella con la perfecta caligrafía de Roxanne. Las había echado tanto de menos como a mi madre y ahora me empezaba a dar más cuenta que nunca.
Inspiré con fuerza y me armé de valor. Decidida y con una amplia sonrisa me acerqué a ellas, primero me miraron extrañadas y mi sonrisa se ensanchó, debía de haber hecho un muy buen trabajo si en dos años había cambiado tanto. Mi cambio no fue para que los demás me viesen mejor, si no para sentirme mejor conmigo misma. Todos nos merecemos sentirnos bien con nosotros mismos. Mamá se llevó las manos a la boca conteniendo un grito de emoción y corrió a mis brazos con lágrimas en los ojos. Mis ojos se empañaron sin apenas darme cuenta. Dos años había sido demasiado tiempo.
—Como te he echado de menos mi niña, estos dos años se me han hecho eternos —decía mientras lloraba y empapaba mi blusa, yo debía de estar haciendo lo mismo con su vestido de flores— te quiero, te quiero, te quiero —repetía mientras acariciaba mi pelo y me abrazaba con más fuerza, cerré los ojos y más lágrimas cayeron por mis mejillas, mi madre seguía usando el mismo perfume con olor a jazmín que tanto me hacía recordar mi infancia, que tanto olía a hogar—.
—Yo también te quiero mamá —dije abrazándola más fuerte con una sonrisa en los labios, adoraba a Camyl, era una mujer maravillosa pero mi madre era mi madre y nunca nadie podría sustituirla—.
Cuando mi madre se separó de mi un poco, acarició mis manos y me dio un ligero, pero reconfortante apretón y entonces me soltó definitivamente sin que su dulce sonrisa desapareciese. Se apartó a un lado para dejar que mis dos queridas amigas me mirasen, las dos me miraban con la boca abierta, me reí. Amber y Roxanne seguían siendo igual de preciosas y estilosas que la última vez que las había visto, cuanto las había envidiado entonces. Ahora veía que no tenía por qué, todos tenemos cualidades que nos hacen especiales, pero no todos somos capaces de verlas. Yo por fin había conseguido ver las mías y ya no era exactamente la misma. Había cambiado, ahora veía las cosas de diferente color. Hoy me había esmerado en arreglarme, quería que vieran lo mucho que me valoraba ahora. Mi ondulado pelo estaba perfectamente liso, peinado y brillante. Llevaba una blusa de tirantes blanca con los hombros al descubierto y una falda vaquera azul claro, además me había pintado los labios color rosa. Camyl me llevó a una tienda de maquillaje haría cosa de un año y desde entonces había descubierto un arte que me encantaba. Roxanne solía decir que yo era alérgica al maquillaje, que sorpresa se llevó al verme. No pude evitar reírme ante ese recuerdo.
ESTÁS LEYENDO
Que vuelva a brillar el sol
Roman pour AdolescentsKatherine Reed vivía un infierno de bromas de mal gusto, acoso escolar e insultos. Alguien se encargó de que así fuera durante años, hasta que Kath desapareció con una maleta en cada mano, pero no para siempre. Volvería. Ahora, dos años después, Kat...