CAPÍTULO 9

379 45 3
                                    

<<Subí al escenario, los aplausos y voces alzándose a mi alrededor, atenuados por los audífonos que me distanciaban del ruido. La fina camiseta azul que llevaba con el emblema de Yonsei se movía con fuerza debido al viento. Sentía la sonrisa en mi propio rostro, lleno de nerviosismo y la felicidad más pura. Miles de rostros estaban fijos en mi, saltando y gritando. Corrí hasta el centro del escenario, y alcé los brazos, bañándome en el sol, sintiendo la energía de todos los cuerpos a mi alrededor. Me sentía casi completo; había logrado mi sueño de ser actor, de sentir el amor de miles de personas por mí. Cuando me desperté del sueño, notaba la cabeza ligera y un hormigueo por el cuerpo. Tenía todo lo que podría haber soñado, pero aún así, sentía que faltaba una pieza del rompecabezas, y estaba tan cerca que la podía rozar con la punta de mis dedos>>.

Las lágrimas rodaban por mis mejillas. Estaba tapada hasta la cabeza con las sábanas, a pesar de que hacía bastante calor. Empezaba a sudar, pero prefería eso. Me gustaba sentir el peso de las sábanas encima de mi cuerpo; de cierta manera, su peso me hacía sentirme más real, que existía. Tenía los ojos abiertos, mirando la pared blanca. Mi mente también estaba en blanco. Estaba triste, aunque no sabía exactamente porqué.

Ya estaba acostumbrada a ello. Desde hacía años, cuando mi salud mental se empezó a deteriorar, muchos días me despertaba sintiendo una profunda tristeza, una sensación que se asentaba en el fondo de mi estómago y me creaba un nudo en la garganta. Aquellos días, sentía un profundo dolor que siempre me ha costado explicar. Era un dolor tan profundo que lo sentía como palabras grabadas en mis huesos.

Como siempre, no sabía por qué estaba triste en particular aquel día. A lo mejor si que había una razón, pero la verdad es que no me acuerdo. Igualmente, no era importante. Pero siempre había sido como una hormiga en un mundo donde todo es mucho mayor que yo, y la vida siempre me había dado miedo. Ese día, iba a ser otro obstáculo más que atravesar, y con suerte, me despertaría al día siguiente sintiendo que la vida era un poco más fácil, y no algo doloroso que aguantar.

Escuché la puerta de mi habitación abrirse, y sin que dijera nada, noté la presencia de mi madre. Ella se acercó a mi, y se metió en la cama, tapándose con las sábanas y abrazándome. Notaba su respiración en mi cuello. Mi madre me había visto así incontables veces. Cuando veía que la puerta estaba cerrada, ella sabía que aquél día la cabeza había decidido hacerme pasar una mala jugada, un día largo de llorar. Ella entraba, se tumbaba conmigo y me abrazaba, dejándome llorar.

Nunca preguntaba qué me pasaba. Sabía que era una respuesta complicada, la cuál la mayoría de ocasiones ni yo sabía responder. Cuando era más pequeña, el abrazo de mi madre, su presencia, el sentir el latido de su corazón y el calor de su cuerpo me hacía sentirme mejor, sentir que estaba segura de todas las cosas que me daban miedo del mundo. Ahora, mi madre ya no podía protegerme, pero apreciaba que siguiera intentando hacerme sentir algo mejor, aún sabiendo que tendría que seguir luchando con mi depresión siempre.

Después de un rato abrazándome, ya había dejado de llorar un poco, y cogió uno de los muchos pastilleros en mi mesita de noche y me lo dió. Me tragué mis pastillas sin agua, sintiendo como bajaban lentamente por mi garganta. Dejé el pastillero con los demás, toda una colección de pastilleros dorados y de porcelana, con dibujos de flores y colibríes. Siempre había coleccionado pastilleros, una de mis muchas obsesiones desde pequeña.

Mi madre se levantó de la cama y se arrodilló a mi lado.
–¿hoy es el festival, no?–preguntó. Yo asentí, aún sin energía para usar las palabras. Sabía lo que mi madre me diría que hiciera, y que era lo que tenía que hacer. Era como un manual grabado en mi mente, la instrucción que me había repetido mi psiquiatra una y otra vez. "Sal. Distráete. No te encierres con tu mente; es tu peor enemigo"–la abuela ha preparado pan con judías rojas y leche de soja. Sal cuando estés lista. Te dejo un pastillero con tranquilizantes en el recibidor, por si hoy te hace falta.

 𝐉𝐮𝐬𝐭 𝐟𝐨𝐫 𝐎𝐧𝐜𝐞 - Byeon Woo SeokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora