𝟎𝟒. 𝐃𝐄𝐒𝐓𝐈𝐍𝐎𝐒 𝐘 𝐒𝐎𝐌𝐁𝐑𝐀𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐒𝐀𝐃𝐎

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Aegon se perdió ante los cálidos labios de Gaius. Por los dioses, esto era mucho mejor que todos los sueños que había tenido, y eso que habían sido demasiados, incontables sueños en los que siempre terminaba entre los brazos de su hermano, donde solo con él podía sentir paz y seguridad, donde ya no había oscuridad que lo siguiera y atormentara.

El poder disfrutar de ello ahora solo lo hacía sentirse verdaderamente vivo. Ahora entendía que todo lo que soportó durante esos años fue por un propósito, y era este. Gaius había llegado para cambiar su vida. Él era lo que siempre le había faltado. Aquella sensación de vacío que siempre sintió no se debía a los abusos de su madre y abuelo, ni al amor que se le negó de parte de las personas que supuestamente deberían amarlo. No, ese vacío se debía a la separación de su hermano, su otra mitad, su compañero.

Sabía que debía preguntarle muchas cosas a su madre y abuelo. Había visto la mirada llena de pánico en ambos cuando Gaius apareció. El hecho de haber ocultado algo tan grave durante veinte largos años era inexcusable. No sabía la razón de su madre para lo que hizo, pero no se necesitaba ser muy inteligente para saber que su abuelo Otto fue quien llevó a cabo ese plan.

Su madre, de joven, era tan manipulable que fue fácil convencerla, pero con el tiempo ella cambió. Se volvió una mujer fría, carente de emociones, pero en cuyos ojos se reflejaba la ambición por el poder, así que ella no era nada inocente.

Era fácil darse cuenta, porque a pesar de que la mirada de su madre reflejaba pánico y miedo, había un horrible odio escondido en el brillo de sus ojos, pero no había arrepentimiento en ella. No había ningún rastro de ello. No tenía por qué estar sorprendido. Alicent siempre demostró ser una mujer fría con él y sus dos hermanos. Helaena era su niña, su protegida, y aunque eso debería causarle algún tipo de celos, pasaba todo lo contrario. Había un consuelo en su pecho cada vez que veía cómo su madre cuidaba de ella. Le causaba alegría ver que Helaena no tendría un futuro infeliz manchado por la ambición de su madre y abuelo.

Y ahora parecía que él tampoco tendría ese destino.

Algo dentro de él le gritaba que Gaius lo salvaría de una vida condenada al fracaso, a la infelicidad, y lo creía. En verdad lo creía. Quizás ambos estaban haciendo un espectáculo al besarse como si fueran un par de amantes que no podían contener su deseo, y eso no era del todo mentira, porque en verdad lo eran.

Si tenía que enfrentarse a su madre y abuelo solo para estar con Gaius, lo haría sin dudar, porque no le importaba nada más que estar con él. No dejaría que su madre le quitara la felicidad que apareció en el momento en que Gaius atravesó aquellas puertas. Y sabía que su hermano no lo dejaría ir.

Ambos compartían un lazo que nadie más que ellos entendía. Ambos estaban hechos el uno para el otro. Aegon nació para Gaius y Gaius nació para Aegon. Los dioses así lo quisieron y así se haría.




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Sus manos estaban húmedas. Tuvo que secarse la humedad por quién sabe cuántas veces en su pulcro vestido verde. Podía sentir las miradas de todos sobre ella.

Miradas llenas de horror, sorpresa, algún tipo de miedo, pero también llenas de repudio y asco por su persona, todo por un estúpido descuido de su padre. ¿No se supone que se deshizo del niño? ¿No se supone que dio la orden de matarlo? ¿Qué diablos hizo su padre?

Ella cedió a la idea de su padre para evitar algún tipo de rumor sobre bastardía. Ahora se lamentaba de haber aceptado. ¿Qué rumores? No habría ninguno.

𝐓𝐇𝐄 𝐆𝐎𝐃𝐒 𝐂𝐑𝐄𝐀𝐓𝐄𝐃 𝐘𝐎𝐔 𝐅𝐎𝐑 𝐌𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora