Tropiezo 27

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La pelinegra salió de la habitación, no sin antes limpiarse las lágrimas, tomar una grande bocanada de aire; dejando a la joven rubia adentro..

—Ah..Mamá— llamó su atención el pelinegro, asomando su cabeza desde la pequeña cocina, después de escuchar sus pasos, al fin lejos de la habitación en la que estaban encerradas aquellas dos mujeres.—La comida ya está hecha y ¿uh?— tenía una media sonrisa, hasta darse cuenta de algo; entrecerro sus ojos, acercándose a su madre. —¿Estuviste llorando?— su voz se escucho ligeramente preocupada.

Ryoko miro hacia el suelo, respirando profundamente, tomo los hombros de su hijo—Keisuke.. tenemos que hablar sobre algo—

El nombrado arrugó su entrecejo. —¿Estas bien? ¿Por qué estuviste llorando? ¿Te duele algo, mamá?— Interrogó.

—No, a mi no me pasa nada...— murmuro.—Baji, vamos a sentarnos en el sillón, por favor...— Pidió, dirigiendo a su hijo, para que diera unos pasos atrás.

Tenía que tomar esta situación con calma, sin embargo, no contaba que en el ser viviente de su hijo, hubiera todo, menos esa palabra.

Sus ojos se abrieron—¿Le paso algo a Fumiko?— miro detrás de la mujer; tomó los brazos de su madre, en in tentó de quitarlos, y querer ir asomarse a la habitación de la pelinegra.—¿Qué le pasó? ¿Por qué no sale de la habitación?— balbuceo.

La mujer lo siseo—Shh, Keisuke, relájate —Exigió la mujer, aún con un tono de voz tranquilo; cambio de posición sus manos, y de tomar los hombros del chico, tomó  su rostro.

—Fumiko.¿Esta bien? ¿Las dos están bien?— siguió.

—Si, si, hijo, cálmate ya—Pidió

Sus palmas de colocaron en sus mejillas, estaba ligeramente de puntillas, ya que su hijo era incluso más alto que ella, hizo que bajara su mentón, para verla directamente, pese, que los ojos avellana del chico, estaban fijos al pasillos de las habitaciones, cuestionando se, cuando es que Fumiko saldría de esa puerta.

—Kei, escucha— acaricio sus mejillas con sus pulgares, se ganó algunos vistazos de su hijo, aunque seguía concentrado en otra cosa— Necesito, que te relajes, que te sientes, y te relajes, ¿De acuerdo? Voy a hablar muy seriamente contigo—

La voz calmada de su madre, no era algo de todos los días, estaba hablando con él, como hace mucho no lo hacía; cuando era un niño, y necesitaba que se tranquilizara cuando lloraba desesperado por una caída o un juguete roto; esa voz, que no traía algo bueno en sí.

Si quería saber, porque su madre tenía los ojos rojos, y Fumiko no había salido de la habitación, tenía, que tomar una gran bocanada de aire, aguantar su desesperación creciente.

Le hecho un último vistazo al pasillo, por encima del hombro de su madre, para después, mirarla, asintiendo levemente.

Se sentaron en el sillón. Uno, en frente del otro.

—De acuerdo...—Ryoko tomó temblorosa, las manos de su hijo, él no logró sostener las de su madre, y un meneo constante en su pierna apareció.

Se estaba conteniendo, para ya no explotar con su angustia, que le carcomiá la boca

—Lo que te voy a decir... no es algo fácil. ¿Okey?— lo miro a los ojos, de manera compasiva—Fumiko necesita, y yo necesito; que mantengas tu mente abierta, pienses en todo lo que te voy a decir, y tengas compasión, y empatía ¿esta bien?— Pregunto.

Vio a su hijo asentir apresurado.

—Kei... hablo muy en serio; necesito, que seas muy compasivo, que tengas la cabeza fría en esto— Volvió a pedir.

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