4. Renunciando al cielo

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La canción fijada pueden escucharla mientras leen las escenas finales.

—Creí que habías dicho que era una pequeña reunión, esto parece una fiesta de la realeza —dije, observando impresionado a las personas elegantes, la vajilla fina y la opulencia del lugar

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—Creí que habías dicho que era una pequeña reunión, esto parece una fiesta de la realeza —dije, observando impresionado a las personas elegantes, la vajilla fina y la opulencia del lugar.

—Bueno, lo es —respondió Matteo restando importancia. —Mi padre suele organizar este tipo de eventos, invita a empresarios, embajadores y demás. Siempre es por negocios —añadió, tomando un sorbo de su copa.

—Al menos podrías haberme avisado que debía vestirme mejor.

—Te miras precioso —dijo Matteo con una sonrisa. —Además, a ninguno de ellos les importa cómo vienen los demás. Solo les importa impresionar a mi padre -comentó, señalando con el dedo hacia su padre, rodeado de un grupo de personas que reían. Parecía una celebridad; todos lo miraban con fascinación.

Miré hacia Vicenzo, observando cómo dominaba la sala con su presencia. Cada gesto y palabra parecían cuidadosamente calculados para atraer la atención de todos los presentes. A medida que lo observaba, sentí una mezcla de admiración y nerviosismo. ¿Cómo podría yo, en mi ropa sencilla, competir con la elegancia y el carisma de estas personas?

—No te preocupes tanto —dijo Matteo, leyendo mi mente —Ven, vamos a saludarlo.

Mi corazón se aceleró al oír esas palabras. Nos dirigimos hacia Vicenzo y con cada paso, la tensión crecía. Finalmente, nos encontramos frente a él. Vicenzo levantó la mirada, fijándola en mí con frialdad y seriedad; no parecía molesto, pero era imposible descifrar sus pensamientos. Tomó un sorbo prolongado de su vaso de whisky sin apartar sus ojos de los míos. Aunque sentí una inquietud, también era jodidamente seductor cómo se veía.

El ambiente a nuestro alrededor se desvaneció, dejando solo a Vicenzo y a mí en una burbuja cargada de electricidad. Su mirada penetrante, oscura y misteriosa, me atrapó de inmediato. Cada pequeño gesto suyo irradiaba una sensualidad que parecía envolverme. Sus labios, comenzando a apenas curvarse en una sonrisa enigmática, tenebrosa, llena de malicia, invitaban a perderse en pensamientos indecorosos.

—¡Joel! —exclamó Vicenzo con un elegante entusiasmo en su voz. —Me alegra tanto que hayas venido. Vamos, siéntense.

Chasqueó los dedos y en un segundo aparecieron dos meseros con sillas para Matteo y para mí, ubicándonos a cada lado de Vicenzo.

—Ahora les servirán la comida —añadió con naturalidad.

—N-no, gracias, yo comí antes de... —titubeé, pero él me interrumpió.

—Claro que vas a comer, Joel. Yo me encargo de eso...

Su tono era tan seductor y lleno de pretensión que sentí cómo mi rostro ardía.

El precio del pecado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora