7. Entre el bien y el mal

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Vicenzo se acercó hasta quedar a centímetros de mi cuerpo, inclinando un poco su cabeza para mirarme

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Vicenzo se acercó hasta quedar a centímetros de mi cuerpo, inclinando un poco su cabeza para mirarme. Aquel hombre me hacía sentir tan insignificante a lado suyo. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. La frialdad de su mirada me recordó a esa noche, y el pánico se intensificó.

—Joel —dijo con una voz suave pero autoritaria. —Necesito hablar contigo. Ahora.

Amelie y Evan intercambiaron miradas de preocupación mientras yo asentía lentamente. No tenía elección. Vicenzo se giró y se adentró en el edificio, dirigiéndose hacia un pasillo más apartado. Lo seguí con el corazón latiendo a mil por hora.

Cuando estuvimos fuera del alcance de la vista y el oído de los demás, Vicenzo se detuvo y se volvió hacia mí. Su expresión se suavizó, pero su mirada seguía siendo glacial.

—Joel, veo que has tenido un día difícil —dijo con un tono casi paternal. —Pero debes entender algo: hay cosas en este mundo que es mejor no cuestionar.

—Vicenzo... yo... —balbuceé, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—No te preocupes —me interrumpió. —Sé lo que viste esa noche, y sé que estás asustado. Pero debes confiar en mí. Todo lo que hago es por una razón, una razón que no puedes comprender completamente ahora.

—¿Qué pasó con el padre de Evan? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Vicenzo sonrió, pero su sonrisa no tenía calidez.

—Joel, hay cosas que es mejor no saber. Pero te prometo que nadie más resultará herido si haces lo que te digo. ¿Entiendes?

Era claro a lo que se refería. Lo sabía, estaba consciente de ello, y aunque tenía miedo, había una parte de mí que me decía que lo hacía por mi bien, por mí. Por alguna razón, no podía resistirme a eso.

Asentí lentamente, pero la culpa comenzaba a invadirme. No tenía otra opción. Vicenzo estaba empezando a tener un control absoluto sobre mi vida, y sabía que no podía desafiarlo.

—Bien —dijo Vicenzo, dando un paso hacia mí y colocando una mano en mi hombro. —Recuerda, Joel, estoy aquí para ti. Siempre lo estaré. Pero debes seguir mis instrucciones. Por tu propio bien.

Asentí de nuevo, sintiendo que una parte de mí se rompía por dentro. Vicenzo me soltó y comenzó a alejarse, dejándome solo en el pasillo. Me quedé allí, temblando, sabiendo que probablemente mi vida ya no sería la misma.

Regresé junto a Amelie y Evan, tratando de recomponerme. Amelie me miró con preocupación, pero no dijo nada.

—Evan, lo siento... no sé nada que pueda ayudarte —dije con voz temblorosa. —Pero haré lo que pueda para apoyarte.

Evan asintió, agradecido, aunque la desesperación seguía en sus ojos. La culpa me consumía, pero también sentía un inexplicable impulso de obedecer cada cosa que Vicenzo dijera.

El precio del pecado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora