5. El fruto

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Mi corazón latía con fuerza desbocada y el sudor perlaba mi frente

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Mi corazón latía con fuerza desbocada y el sudor perlaba mi frente. Estaba completamente bajo su hechizo, incapaz de apartar la vista de esos ojos que prometían tanto. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó una mano y la colocó suavemente en mi mejilla, su pulgar rozando mi piel. Su toque era cálido, pero provocaba un escalofrío que recorría todo mi cuerpo.

Esa proximidad me robaba el aliento. Su mirada me decía que sabía exactamente el efecto que tenía sobre mí. Mi madre tenía razón sobre las tentaciones de los demonios, y en ese momento, me encontraba cara a cara con una de ellas, atrapado en un hechizo del que no podía, ni quería, escapar.

Con una confianza devastadora, introdujo su pulgar en mi boca. Su mirada, tan ardiente y dominante, parecía atravesarme, encendiendo un fuego que se extendía por todo mi ser. Sin poder resistirme, lamí su pulgar con un deseo feroz, sintiendo una mezcla de excitación y vergüenza.

Mi rostro ardía, y cada segundo que pasaba bajo su intensa mirada aumentaba la sensación de calor. Sentí cómo mi respiración se aceleraba y cómo mi cuerpo respondía de manera incontrolable, el deseo creciendo incesantemente bajo la tela de mi ropa interior.

—Dos cosas, Joel -proclamó con seriedad, su mirada fija en mis labios mientras lamía su pulgar. —Desde este momento, me perteneces. Eso significa que, donde sea y cuando sea, te entregarás a mí sin reservas -ordenó con una voz autoritaria que no dejaba lugar a dudas sobre su intención. —Y segundo, no quiero que nadie más se acerque a ti ni que permitas que te hagan plática como hace un rato. Eso no lo toleraré —añadió con un tono de enojo contenido, que en lugar de asustarme, solo logró encenderme más.

Tiró de mi pelo con fuerza, obligando a mi rostro a mirar hacia arriba. Su cercanía era asfixiante, y podía sentir su aliento cálido en mi piel. Se inclinó aún más cerca, hasta que sus labios casi rozaron los míos, y luego, con un movimiento decidido, introdujo dos dedos en mi boca.

—Abre bien —demandó, sus ojos brillando con una mezcla de posesión y deseo. —Quiero sentir cómo te entregas a mí, sin resistencia. Quiero que entiendas que eres mío, solo mío.

Su tono era firme, dejando claro que no había margen para la desobediencia. La forma en que me miraba, con una intensidad abrasadora, hizo que mi cuerpo respondiera de inmediato, un calor creciente extendiéndose desde mi interior.

—¿Entendido? —susurró, su voz más suave pero igual de imperiosa. —No quiero ver a nadie más cerca de ti.

Mientras sus dedos exploraban mi boca, una sensación de sumisión y deseo se apoderó de mí, haciendo que me rindiera completamente a su voluntad.

Asentí ante su pregunta, pero él frunció el ceño y negó con la cabeza mientras se relamía los labios con una sensualidad perturbadora.

—Dilo -aclaró con una voz baja y demandante. —Di que lo entiendes.

El precio del pecado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora