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Debía hacer su informe sobre su última misión y pedir una reunión privada con su líder para hablar más tranquilo respecto a su retiro, pero antes de ello, la noticia de realizar un entrenamiento a todos los cazadores lo golpeó de lleno en la reunión que tuvieron a los pocos días.

No podía renunciar, al menos no aún.

Con todo el ánimo del mundo se dedicó a entrenar de forma incansable a todos los cazadores que pasaban por su residencia. Incluso su padre, que se veía reacio a verlos ahí, participó un poco dando correcciones en las posturas de los muchachos.

Claro que fue un poco grosero, pero que más daba, el entrenamiento era duro y difícil.

- Realmente es un omega formidable.

- ¿Él o su padre?

- Ambos. Estoy muy impresionado.

- ¡El señor Rengoku es genial!

- ¡Todos los Rengoku lo son!

Muchas palabras y frases rodeaban su residencia, lo que lo ponía contento. Aunque también había otro motivo para estar feliz y ese era la visita semanal que hacía en la casa del demonio.

Akaza había decidió moverse de lugar, pues los pobladores subían más seguido la montaña y eso no era bueno, para ellos y para él. Por lo que tomo las pocas cosas que tenía en la casa, empezando a mudarse.

Para sorpresa del cazador, había encontrado una ubicación cercana a donde él vivía, por lo que le era más fácil escapar de su casa para ir a su hogar.

Su aroma feliz no pasaba desapercibido por nadie, ni siquiera por su padre, que lo había estado interrogando más seguido aunque el solía desviar el tema, intentando no mostrar su felicidad desbordante.

Después de un día largo de entrenamiento, se encontraba tomando un baño relajante, pues tenía algo muy importante que hacer. Esa noche tomaría la decisión que cambiaría el curso de su vida para siempre.

Se puso un yukata de color blanco, se peino su cabello como habitualmente lo hacía, se miró en el espejo durante un rato y cuando se convenció de que todo estaba bien, salió de la casa.

Mientras caminaba por la noche, hizo muchos ejercicios de respiración, pues los nervios lo estaban comiendo por dentro. Sus mejillas ardían como el fuego y su corazón latía desenfrenado dentro de su pecho.

Cuando observo la casa por fuera, empezó a retractarse de su decisión, por lo que iba a dar media vuelta y volver, entonces el conocido aroma a tierra mojada lo detuvo.

- ¿Kyojuro?

Akaza había salido de la comodidad de su hogar al percibir una presencia rondando afuera de la casa, solo para encontrarse con el omega quien se notaba algo avergonzado de ser descubierto. Por lo general, siempre le avisaba que iría para poder preparar algo de comer.

- Akaza, hola. ¿Cómo estás?

- Estoy bien, aunque yo debería pregúntate eso a ti. ¿Qué haces aquí afuera? Esta haciendo mucho frío, entra.

- No quiero molestar, solo estaba de paso...

- Kyojuro, te conozco lo suficiente bien para saber que me mientes, entra ya antes de que te congeles ahí afuera.

No le quedó de otra que guardarse su frustración antes de ingresar, la casa estaba abrigada gracias a la chimenea al fondo de la sala, por lo que pudo sentir como su cuerpo volvía a calentarse.

Kōri se asomó por la puerta de la sala, sonriendo en su dirección y caminando hasta llegar a sus piernas, donde alzó sus brazos para ser cargada. Kyojuro ni siquiera lo pensó cuando ya tenía a la pequeña en sus brazos, rozando su nariz en su cabello para dejar su aroma en ella.

Por cosas del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora