ᴜɴ ᴀʙʀɪɢᴏ ᴄᴏᴍᴘᴀʀᴛɪᴅᴏ

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En un día inusualmente frío, te encuentras temblando mientras te dijirias a tu salón de clases.

Hannibal, tu serio y reservado compañero de clase, nota tu situación y te presta su enorme chaqueta.

Hannibal, tu serio y reservado compañero de clase, nota tu situación y te presta su enorme chaqueta

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La nieve caía suavemente sobre la ciudad, cubriendo las calles y los tejados con un manto blanco. El aire frío mordía la piel de aquellos que se aventuraban a salir sin la ropa adecuada.

En la Academia Rosewood, el invierno había llegado con fuerza, cubriendo el campus con una capa espesa de nieve. Los estudiantes caminaban apresuradamente, intentando llegar a sus clases antes de congelarse y escapar del viento helado que cortaba como cuchillas.

Caminabas hacia la escuela, temblando ligeramente, ajustando la bufanda alrededor de tu cuello, abrazándote a sí misma, tus dientes castañeando y tus manos temblando mientras intentabas mantener el calor. A pesar de tus esfuerzos, no podías evitar sentir el frío que se colaba por todos los rincones de tu uniforme mientras avanzabas por el patio.

Hannibal, un estudiante conocido por su seriedad  y siempre impecablemente vestido, con su chaqueta gruesa y su mirada serena, parecía inmune al frío que afectaba a todos los demás.

Siempre observador, notando la ligera incomodidad que te rodeaba y los temblores en tu cuerpo, mientras te acercabas a la entrada de la escuela. Se acercó a ti con su imponente figura, su abrigo grueso y oscuro destacando en el paisaje blanco.

— ¿Tienes frío? — preguntó, su voz grave pero con un toque de preocupación, deteniéndose a tu lado.

Levantaste la mirada, sorprendida de que Hannibal te hablara. Aunque ambos compartían algunas clases, no habían tenido muchas interacciones fuera de las necesarias para los estudios. 

Asentiste tímidamente — Un poco...— admitiste, tratando de mantener una sonrisa a pesar del temblor en tu voz.

Hannibal, sin decir más, comenzó a quitarse su abultada chaqueta y, con una firme pero gentil determinación, lo colocó sobre tus hombros. Abriste los ojos de par en par, sin saber cómo reaccionar.

— Entonces, te prestaré esto para que te abrigues — dijo mientras colocaba el enorme abrigo sobre tus hombros.

— ¿Eh? ¿De verdad? — estabas atónita, sintiendo el calor inmediato de la chaqueta envolviéndote.

— Siempre y cuando me la devuelvas después de la escuela — respondió Hannibal, con una leve sonrisa en los labios.

Con los ojos muy abiertos y el rostro ruborizado, apenas podías creer lo que estaba ocurriendo. Hannibal te  había envuelto en su abrigo, que te cubría casi por completo, dejando solo tu rostro asomando. La chaqueta era tan grande que parecías una niña usando la ropa de un adulto, lo cual provocó una sonrisa en Hannibal, y sin más, siguió su camino hacia su clase.

Envuelta en el calor del abrigo que olía ligeramente a sándalo y una esencia única que asociabas con Hannibal, te dirigiste a tu clase sintiéndote como si estuvieras en una nube.

Cuando entraste al aula, todos los ojos se volvieron hacia ti. La imagen era simplemente hilarante: Tu, una chica pequeña, completamente envuelta en el enorme abrigo. Sus compañeros no pudieron evitar reírse y hacer comentarios sobre lo gracioso que te veías.

— ¡_____, te has convertido en un oso! — bromeó uno de tus compañeros.

Sonreiste tímidamente, sintiéndote un poco avergonzada pero también agradecida por el gesto de Hannibal. Te sentaste en tu lugar, tratando de acomodarte en el abrigo que, aunque incómodo, te mantenía cálida.

Hannibal, que había entrado detrás de ti, se dirigió a su asiento sin prestar mucha atención a los comentarios de sus compañeros. Sin embargo, no pudo evitar echarte un vistazo, quien ahora parecía mucho más cómoda y menos tiritona. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras pensaba que, aunque no era alguien que hiciera favores a menudo, el agradecimiento en tus ojos había hecho que valiera la pena.

Durante toda la mañana, no pudiste evitar sentirte protegida y un poco especial, aunque la chaqueta era demasiado grande para ti, haciéndote parecer una niña pequeña envuelta en una manta, saber que el chico más serio y reservado de la escuela se había preocupado por ti, te hacia sentir una calidez, que no provenía del gran abrigo.

Hannibal, por otro lado, no parecía molesto. De vez en cuando, sus miradas se encontraban y él asentía ligeramente, asegurándote que estaba bien. _____, por primera vez, sintió que el frío de la mañana había valido la pena.

Cuando la última campana del día sonó, te apresuraste a encontrar a Hannibal para devolverle su abrigo.

Comenzaste a buscar a Hannibal por toda la escuela. Después de recorrer varios pasillos y aulas, decidiste probar suerte en la biblioteca, un lugar que Hannibal frecuentaba a menudo.

La biblioteca estaba silenciosa, con solo unos pocos estudiantes dispersos en sus estudios. Lo encontraste en una mesa, rodeado de libros y profundamente concentrado en sus notas.

Tomando una respiración profunda, te acercas, silenciosamente y, con una sonrisa traviesa, te deslizaste en la silla frente a él.

— Hola, lector serio — bromeaste.

Hannibal levantó la vista, claramente sorprendido, pero sus labios formaron una sonrisa leve.

— Hannibal, aquí tienes tu abrigo. Gracias por prestármelo — dijiste, extendiéndole el abrigo.

— De nada. Me alegra haber podido ayudarte. — respondió, tomando el abrigo.

Te quedaste un momento en silencio, luchando con las palabras que querías decir. Finalmente, tomaste una decisión.

— Hannibal, ¿te gustaría ir a tomar un chocolate caliente? Quiero agradecerte adecuadamente — sonreiste tímidamente — Conozco un café cerca que es muy acogedor.

Hannibal la miró, sorprendido pero complacido. Asintió con una sonrisa.

— Eso suena bien, me encantaría.

Y así, mientras caminaban juntos hacia la cafetería, no pudiste evitar sentirte agradecida por el frío que los había unido de una manera inesperada, por la oportunidad de conocer mejor a Hannibal.

La nieve seguía cayendo suavemente, creando un ambiente mágico a su alrededor. Al llegar al café, encontraron una mesa junto a la ventana y pidieron dos tazas de chocolate caliente.

Pasaron la tarde hablando y riendo, descubriendo que tenían más en común de lo que pensaban. Para ti, lo que comenzó como un gesto simple de amabilidad en una mañana fría, se convirtió en el inicio de una bella amistad, y quizás, algo más.

𝐎𝐧𝐞 𝐒𝐡𝐨𝐭 || 𝐇𝐚𝐧𝐧𝐢𝐛𝐚𝐥 𝐋𝐞𝐜𝐭𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora