Capítulo 16: Una brillante celebración.

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La magia de Aslan era tan magnífica que con un solo rugido había logrado limpiarnos y cambiar nuestras ropas rotas y sucias por vestidos hermosos de colores brillantes. En mi caso, el vestido crema con rojo que mi madre habían mandado a hacer para mí fue reemplazado por un vestido de un color verde con detalles en blanco y marrón. Era de un color parecido al césped en primavera, o a los rayos del sol chocando con un prado que jamás ha sido pisoteado por nadie. Tenía unas mangas holgadas de color blanco preciosas, un cuello cuadrado que me recordaba a los vestidos que usaba cuando era más pequeña. En la falda, el hilo marrón asemejaba a las ramas de algún arbusto y el verde amarillento las hojas de un precioso campo narniano.

No pude evitar dar una vuelta en mi propio eje para ver el movimiento de la tela. Era precioso, y no quería quitármelo jamás. 

Mi pelo tampoco se había librado de las garras de la magia de Aslan. Con el rugido, la suciedad se había ido. Mi cabello había dejado de lucir enmarañado, y, al contrario, podía ver cada uno de los rizos sobre mi cabeza bien definidos y ordenados en un peinado simple que dejaba dos mechones de mi pelo sobre mi frente y casi la mitad de mis rizos color caoba sueltos tras mi espalda.

De esa forma, cuando llegamos al pueblo de Telmar, los pueblerinos nos saludaron en vítores alegres y gritos de felicidades. Ninguno de ellos temía a las criaturas que nos seguían justo detrás de nosotros. Íbamos sobre caballos, Aslan había puesto sobre mi cabeza y la de Caspian coronas doradas decoradas con piedras preciosas. Dignas de reyes.

Banderas, canastos con flores, los caminos repletos de gente ansiosa por ver a los victoriosos reyes de Narnia. Esa era la imagen que nos recibió al internarnos en los pasajes del pueblo camino al castillo. Todo allí parecía un magnifico desfile primaveral. Muy distinto a la ultima vez que había pisado aquellas calles.

Con el fantástico león a mi lado, avanzamos lentamente. Saludé a cientos de niños pequeños que miraban a las criaturas con asombro. Todos ellos habían sido como yo cuando era más joven. Tan solo conocían a los minotauros y animales parlantes de Narnia por cuentos tan poco consistentes que era imposible hacerse una verdadera idea de ellos. Ahora podían verlos con sus propios ojos, y no paraban de rogarles a sus padres que les permitieran acerrase un poco más para tocar su pelaje, pedirles permiso para subir a su lomo o simplemente ser tan afortunados de recibir la mirada de ellos.

Llegamos al castillo, y lo primero que hicimos fue organizar una fiesta de celebración para reyes y soldados narnianos. Y, por supuesto, Aslan.

—Quiero ponche en cada mesa —ordené a las criadas una vez estuve en el gran salón, donde se solían organizar bailes para la alta sociedad o visitantes de otros lares. Yo era la encargada de organizar todo en aquella bella celebración, era un absoluto placer para mí. Las criadas me conocían perfectamente, la mayoría de ellas había sufrido de mi habilidad de colarme en habitaciones prohibidas durante la noche y eso les había costado graves reprimendas por parte de mi madre. Pero estaban contentas de tenerme de vuelta. Varias de ellas se habían mostrado cariñosas al verme ingresar por las puertas del castillo.

Todas ellas asintieron al oír mis ordenes y partieron a la cocina para trabajar. 

Solté el aire de mis pulmones y me permití descansar poniendo la palma en mi espalda baja. Los músculos de mi cuerpo dolían hasta quemarme, no me había dado cuenta del esfuerzo que había hecho para pelear hasta que sentí como los músculos de mi espalda se tensaban incluso cuando no deberían. 

Uno de los cocineros reales salió de la cocina y volví a mantener la compostura. Hizo unas preguntas respecto a la comida y se marchó nuevamente. 

Sin que me diera cuenta, unas manos aparecieron en mi cintura. Me tomaron y me dieron la vuelta para quedar cara a cara con él. 

POR NARNIA [Peter Pevensie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora