A la mañana siguiente, la luz del sol se coló por la diminuta ventana que había en la pared de piedra, provocándome un hormigueo sobre la nariz. No quería despertar. Las ganas de quedarme sobre la cama hasta que el tiempo dejara de avanzar, hasta que la guerra no fuera nunca más una preocupación para mí y hasta que todos mis problemas se fueran ordenando, me decían que no había necesidad de dejar las sabanas aún.
Pero era hora de practicar. Faltaba solo un día para que Miraz pudiera presentarse frente a nosotros para vengar la muerte de su esposa, antes de que mis minutos de vida fueran contados. Ahora que faltaba tan poco tiempo, ahora que había expresado mi miedo en voz alta con el profesor, ya no sentía miedo a la muerte. Quería pelear hasta que mi último aliento escapara de mi cuerpo, dar cada gota de sudor y entregar todas mis fuerzas a defender aquella tierra. Quería usar todo lo que tenía en nombre de mi hermano, de mi madre, de mi padre, y de Narnia. Por todos aquellos que había vivido escondidos, atemorizados por mi propio pueblo.
Suspiré. El aire escapando de mis pulmones se sentía como fuego. Doloroso. Como si, a pesar de que mi garganta ya no estaba herida, el dolor que provenía de ella siguiera ahí. Me senté sobre la esquina de la cama. Quise ponerme a jugar con mi daga, observar mi mirada en el reflejo de su hoja. Pero la había perdido. Me restregué los ojos y me miré en la mitad de un espejo que había sobre el pequeño mueble de madera. Era solo un pedazo, si no tenía cuidado con el, me podría haber cortado los dedos y sacar más que un par de gotas de sangre. Observé mi rostro cansado. Mi cabello estaba enmarañado, intenté bajarlo un poco con mis manos, ordenarlo, pero era imposible. Tan indomable como yo. O eso solía decir mamá, que ocupaba aquella frase como un cumplido.
Soplé un mechón que caía sobre mi frente y dejé de intentar conseguir algo que no era posible.
Me complació al menos ver que dentro de mis ojos, seguía siendo la misma. Clarisse. Muchas veces, la guerra hacia perder a la gente partes fundamentales de ellas, se transformaban en gente completamente distinta. Como si todo lo que llena nuestro cuerpo, llamado alma, fuera echado a la basura y reemplazado por una nueva y mucho más oscura. Yo no quería que eso me sucediera a mí. Por eso, no pude evitar sonreír al darme cuenta de que seguía siendo yo la que me devolvía la mirada a través del reflejo.
Al menos Miraz no me había arrebatado aquello.
Volví a dejar el trozo de espejo sobre la cómoda y salí de la habitación. Afuera, narnianos de todas las especies se levantaban a trabajar por la misma causa. Saludé con una sonrisa. Siempre había querido mantenerme seria, impasible, frente a ellos. Pero ahora, que había perdido a tantos y que mi vida peligraba, no podía evitar pensar en que podía ser mi ultima vez viendo sus rostros. No había tiempo para nada más que para pelear.
Caspian se paró frente a mi, con su típica sonrisa matutina, sus ojos hinchados —por no haber dormido —, y su cabello revoltoso. Podía adivinar que se había quedado despierto temiendo por mí, por él, por la reina Susan y el resto de los reyes. Temiendo por el futuro.
—Buenos días, cerebro de paja —sonreí.
—Buenos días —alzó su ceja y me evaluó de arriba a abajo —. ¿A qué se debe este buen humor?
Arrugué el entrecejo.
—¿Ahora llamarte cerebro de paja es signo de buen humor?
—No solo eso, también la sonrisa. Es una combinación extraña, incluso para ti.
Me limité a negar con la cabeza.
—¿Cómo estás? —él no pareció entender mi pregunta —. Me refiero a lo de ayer. La Bruja Blanca y todo eso. ¿Cómo estás?
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POR NARNIA [Peter Pevensie]
Hayran Kurgu"Are you flirting or trying to kill me?" Clarisse es la hija menor del rey. Es inteligente, orgullosa, impulsiva, pero sobre todo con un enorme corazón. Peter es el mayor de los hermanos Pevensie. Es noble, terco, responsable, y pierde los estribos...