09. Dejar la puerta abierta

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Georgiana regresó a la vida sintiéndose muy lejos de sí misma.

Tenía la garganta seca y raspada, un dolor palpitante en su cabeza acompañado de la sensación desgarradora en su espalda, los oídos zumbando y el resto del cuerpo letargico. Pero incluso abrir los ojos y estar consciente luego de estar en las profundidades de sus pesadillas por tanto tiempo se sintió como una pequeña victoria.

Miró y reconoció los paneles en el techo como la sencilla casa de campo de su amiga Veronique, después al mirar a su alrededor reconoció el delicado empapelado verde perla como la habitación de invitados con su simple pero acogedor mobiliario y una chimenea crepitante. Lentamente giró su rostro para observar la ventana abierta por donde entraba la ligera brisa del mar cerca, después ella levantó su mano hacia los rayos de luz que entraban por esta hacia la cama y pensó, con lágrimas en los ojos, que nunca había visto nada más bonito y reconfortante. El sol tocando sus dedos se sintió esperanzador apesar de estar aún en el limbo de la vida y la muerte.

Cerró los ojos y suspiró, pero incluso ese le infringía dolor en la herida en su hombro, con un esfuerzo considerable se empujó para sentarse en la cama y evaluarse a su misma. Tenía un suave camisón ribeteado ingeniosamente arreglado con botones en la espalda, también tenía un cabestrillo que mantenía inmóvil su brazo derecho contra su pecho. Se estiró y dobló varias veces conteniendo la respiración hasta que su cuerpo agarrotado se acostumbró, solo entonces pasó sus piernas por un lado de la cama y se levantó.

Un mareo le sobrevino y tuvo que cerrar los ojos con fuerza y apretar sus dientes hasta que lentamente remitió, mientras tanto escuchó voces en la siguiente habitación.

Al parecer su club de lectura se había reunido.

Era de esperarse.

— Habrá que decírselo — dijo la voz de Julia con resolución.

— Con tacto podría suavizar el impacto — comentó otra mujer que al igual que su comentario tenía un temperamento más conciliador.

— No hay manera de que se tome a bien una noticia cómo esta — declaró la siempre pragmática Veronique — Hay que ser directos.

— Yo se lo diré — dijo en voz baja y débil la cuarta mujer — Es mi culpa después de todo.

Lo siguiente que escuchó la hizo abrir los ojos y ponerse de pie de nuevo apesar de los mareos.

— ¿Porque tenía que regresar Darvish justo ahora? han pasado cinco años...

Se apoyó en el poste de la cama para avanzar con sus piernas débiles y temblorosas, después en la pared hasta llegar a la puerta entreabierta donde la conversación continuó.

— Aún dudo de sus sentimientos para con Georgiana. Justamente han pasado cinco años — comentó Veronique — Ningún marido, por más desdeñable que sea, de tener sentimientos la habría descuidado por tanto tiempo.

— Lo haría si ella se lo pidiera — respondió Julia — Y Georgiana prácticamente se lo gritó en la cara.

Todas guardaron silencio hacia esto, Georgiana se quedó de pie a un lado de la puerta y bajó su mirada, había cierta libertad en escuchar conversaciones ajenas pero estaba ese pequeño riesgo de escuchar algo que no quisieras escuchar. Tomando una respiración difícil Georgiana se apoyó en el marco de la puerta para salir, era una casa pequeña con dos habitaciones y una sala de té. Con sus paredes en tonos claros, las cortinas amarillas con ventanas abiertas y las pequeñas flores de interior como adorno la hacían encantadoramente acogedora.

Veronique le había dicho una vez que había puesto mucho esmero para hacerla su refugio, aunque no respondió sobre de que en específico se estaba refugiando. Paradójicamente con su amistad no solo era un refugio para la joven viuda sino también para cada una de su grupo de amigas y en ese momento estaba evidenciado.

El esposo de Lady Georgiana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora