01. Algo Que No Debió Hacer

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Habían ciertas cosas que una dama respetable no debería hacer: corretear por los jardines de Londres en apenas un camisón era una de esas cosas imperdonables.

Y la regla no cambiaba ni se flexionaba cuando esa cierta dama era una simple e insípida hija de pueblo con un título añejo y un destino incierto o la hija de un marques con una gran reputación y fortuna, ni siquiera cuando eran dos jovencitas con esos términos y no sólo una. No cambiaba cuando ambas lo trampeaba con manos suaves y melidrosas, ni cuando se recitaban a sí mismas la lista de todas las razones por las que lo que hacían era remotamente correcto en su mente tragisversada, ni cuando nadie las atrapó infraganti al salir por las puertas traseras de la mansión dichosamente abiertas. Y ciertamente no cuando una de esas damitas se llamaba Georgiana y se apellidaba Bourne. El lady solo era un pequeño guiño a tomar en cuenta.

Y es que a sus veinte años Lady Georgiana Bourne no solo había perfeccionado el arte de salir furtivamente de su casa por las noches, montar a pelo y disparar un rifle con soltura - esto último no muy útil cuando a una le habían prohibido encarecidamente entrar a la sala de armas de su casa y de todas las salas de armas de Gran Bretaña—, ella había aprendido un par de cosas sobre el escándalo. Los escándalos, en plural ya que estaba familiarizada con no uno en singular.

De ella y de sus cercanos.

Específicamente de la joven a su lado Helena Bourne. Las dos únicas capaces de crear escándalos en sus familias.

Y es que no importaba que tan grande, gordo, sucio o jugoso hubiera sido el primero, si se llegaba a dar un segundo escandalizaria en un igual o mayor medida a la sociedad y así con el tercero, y para desdicha de todos con el número cuatro. Que las encontrarán en tan pobre vestimenta en los jardines seguiría creando un revuelo.

¿Por qué? Aún no lo sabía con certeza, solo tenía la vaga idea de que la sociedad creería que una joven bien educada y elegante habría aprendido con todas las regañinas y castigos en la escuela. Su padre seguía repitiéndoselo todos los días, si ella fuera menos voluntariosa, más recatada, menos corta de entendederas y más como ellos esperaban que fuera podría triunfar en la alta sociedad. Casarse con un duque o un conde. «No hay nada como una jovencita bien educada para encantar a la sociedad» le había uno institutriz. Georgiana creía que esas palabras no estaban dirigidas a una joven con una variada colección de escándalos y más a un libertino reformado. Todas adoraban a un libertino reformado porque sabían que apesar de las variadas andanzas y grandes conquistas ellos, los pares del reino, siempre volvían a donde pertenecían, a su lugar privilegiado. Una pícara reformada no era recibida de igual manera.

Gracioso que Georgiana nunca hubiera pensado en ella misma como una pícara, pero suponía que nadie pensaba en sus apelativos despectivos hasta que se estampaba en su cara por la voz chillante de un clérigo pasado de vino. Las palabras seguían quemando aún después de varios días desde que se dió ese bochornoso baile en la mansión de verano de Lord Clayton. No, ella no era una pícara. No una ridícula versión de un canalla con hábito de corretear mujeres y romper matrimonios, no había estado cerca de romper un compromiso a menos que contará el suyo. Y no, definitivamente el suyo no contaba.

Porque hace varios días ni siquiera había estado en un compromiso que romper, de hecho fue en esa fatídica noche en la que se había desarrollado todo el escándalo y dado la propuesta matrimonial en cuestión. ¿Además debía mencionar que fue la noche de su debut oficial? Sin duda, era un hecho relevante también.

— Ni siquiera era necesaria una propuesta de matrimonio, no estábamos en una situación comprometedora — iba diciendo Georgiana con su característico temperamento cínico y amargo, que según su padre era otro de sus muchos defectos pero para ella era la piedra angular de su personalidad — Ese oportunista barón Darvish.

El esposo de Lady Georgiana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora