10. Interludio

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— Mi niña pequeña.

Georgiana abrió los ojos lentamente. Reconociendo lo que escuchaba como la voz de su madre como una caricia largamente olvidada, el viento que entraba en su habitación se sentían como los dedos de ella mientras cepillaba su cabello cuando era niña y el susurro de su voz tan cercano que parecía real.

Se encontraba en la mansión, habían llegado por la tarde pero Darvish no estaba, después había subido a su habitación en el ala este. En algún momento, agotada por el viaje y su estado débil, se había quedado dormida en un sofá.

Fue consciente de estos hechos y que estaba despierta, pero aún así siguió escuchando ese susurro insistente y la presión en su pecho.

Una luz, tenue como una vela, llamó su atención y la atrajo hacia las puertas abiertas del balcón, descalza las atravesó saliendo a la noche azotada por una ligera llovizna y el viento en ráfagas, la luz flotó lejos en el aire más allá de la balaustrada del balcón que se suspendía en el jardín trasero y los acantilados.

Era una vista hermosa, siempre lo había pensado, con el césped que se terminaba repentinamente y daba paso al horizonte donde el mar se combinaba con el cielo en un paisaje infinito. Estaban ocurriendo justo los últimos segundos del anochecer donde solo un trozo del sol se escondía en el mar y la noche caía profunda, quizás precisamente por lo hermoso del paisaje no encontró inquietante las pequeñas luces turquesas que flotaban en el mar.

Personas.

Translúcidas. Brillantes. Azules.

Su madre entre ellas.

Haciéndole señas para que se acercara. Para que se uniera a ella.

— Ya es hora, mi dulce niña — estaba lejos en el mar pero su voz se escuchaba cerca. Nítida y para nada como un sueño.

Un toque en su espalda la sobresaltó y jadeó mientras se volvía.

— Georgiana, soy yo.

Fijó su mirada desconcertada en Julia que fruncía el ceño.

— ¿Estás bien? — le preguntó.

Ella tragó y cuando miró de nuevo hacia el mar todo estaba sumido por la oscuridad y sin rastro de las figuras que había visto. ¿Había estado soñando despierta?

¿Se estaba volviendo loca?

El pensamiento removió un temor profundo en su pecho que la hizo mirar hacia Julia, había preocupación en su expresión pero también una inquietud más cruda, del tipo de una persona que veía a otra perdiendo la cabeza. Después vendría la desconfianza. Después el rechazo. Después una reacción violenta por mantenerla lejos. Ya había sufrido de ello una vez y no pensaba sufrirlo otra vez por creer haber visto personas muertas flotar en el aire.

Tomó una respiración profunda, limpiendose el rostro con las manos, porque tardíamente se dió cuenta también había estado llorando.

— Estoy bien — le sonrió suavemente — Solo tomaba un poco de aire.

— Está lloviendo, vamos — acusó rodeándola con un brazo para llevarla de regreso al interior — Lo último que te falta es que agarres un resfrío.

— Como es usual, tienes toda la razón.

Georgiana se negó a mirar por encima de su hombro una vez más. No había visto nada. Su mente no estaba desquiciada. Su corazón no debería sentirse tan pesado.

— Maldición.

Al dar un par de pasos sintió la misma sensación de vértigo que la hacía apretar los dientes y temblar las rodillas, Julia la agarró más fuerte. Sus ojos verdes la acusaron.

El esposo de Lady Georgiana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora