Capítulo 24

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Dar un pequeño silbido

Mi papá iba a llegar en cualquier momento, y Wendy era un manojo de nervios.

Desobedientes rizos se salieron de su pinza de pelo y ahora le enmarcaban la cara con falta de sueño. Ella había pasado la mañana limpiando profundamente el apartamento con un paño, espantándome cuando trataba de ayudarla.

No había sido capaz de volver a dormir enseguida la noche anterior.

Wendy se sentó conmigo en nuestra sala, y me di cuenta que después de que me enterara lo que era, me había convertido en quien tenía la información para protegerla. Ahora finalmente me quebré y le dije todo lo que tenia dentro. Ella había entendido que los Neph eran vistos como una propiedad, pero no sabía que nosotros éramos forzados a trabajar, o el hecho de que teníamos "especialidades". Miró hacia el cielo y sacudió la cabeza después de descubrir que ella me envió en un viaje de larga distancia con la hija de la Lujuria.

Pero el detalle que la llevó al borde del abismo fue el hecho de que mi padre había hecho perseguirme por los demonios. No importaba cuánto trataba de explicar que era necesario para poder ver a los espíritus, ella estaba furiosa. Cuando se acercaron las tres de la tarde y su humor no se había aligerado, me empecé a preocupar.

Cuando mi padre llegó, Wendy se paró junto el mostrador con sus brazos cruzados. Él apareció tan grande y de temer como nunca. El tipo de hombre con el que nadie se atrevería a meter.

Wendy se acercó y le dio una cachetada.

Yo salté. Él parpadeó. Ella se quedó enfrente de él y apuñaló con su dedo hacia su pecho, su otra mano en su cadera.

—¿Cómo te atreves a hacerle eso a ella? No me importan cuáles fueron tus razones. ¿La escuchaste gritar? ¡Ella estaba aterrorizada! ¡No le vuelvas a poner a esos demonios encima de nuevo nunca! ¡Nunca!

La miró con una mirada tranquila, permitiéndole que sacara toda esa idea de su sistema. Puso la mano con la que lo apuñalaba en su otra cadera y levantó la mirada hacia él, respirando fuertemente.

Llevaba el acero gris de furia.

—Te lo juro —dijo mi padre con cuidado—. Voy a pasar el resto de la vida de Yongsun tratando de mantener a esos espíritus alejados de ella.

—Entonces, ¿Por qué tiene que entrenar contigo hoy? Si la vas a proteger, entonces ¿por qué es necesario? ¿Por qué no puedes mantenerla fuera de peligro? —La voz de Wendy se quebró y se llevó una mano a la boca mientras la furia se volvía hacia el miedo aplastante.

Mi padre la miró, y cuando habló nos sorprendió a las dos con lo que dijo:

—Tú me recuerdas mucho a Mariantha. No por la forma en que te ves, sino por la manera en que yo siento tu alma. Amor, pero justo llena de esa misma terquedad. Sí, Mariantha lo aprobaría, y yo también. Has hecho un buen trabajo. Más que bueno. Y quiero agradecerte.

Un sollozo se escapó entre los dedos de Wendy. Él había golpeado a su punto débil. No sólo halagó su maternidad, sino que la había comparado con un ángel.

—Pero le fallé —dijo Wendy, su cara se llenó de lágrimas—. No llegue a llevarla con la Hermana Ruth a tiempo.

—Deja escapar esa culpa; es parte del plan.

—¿Qué pasa si arruino el plan?

Él esbozó una sonrisa de complicidad.

El plan siempre está cambiando y siendo acordado. Tú no puedes arruinarlo.

Dulce mal - MoonSun ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora