Caer Rendida

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Despertó sintiendo un calor envolver su cuerpo, inconscientemente, buscó más de esa sensación. Mantuvo sus ojos cerrados, disfrutando de aquel calor que hacía tiempo que no sentía. Pero cuando su mente procesó todo lo que había sucedido en la madrugada, fue consciente de donde provenía esa calidez.

Abrió sus ojos verdes, y al bajar la mirada, divisó un brazo rodeando su cintura. Sabiendo perfectamente de quien se trataba, el pánico llegó. Comenzó a ponerse nerviosa, ¿y si Julia entraba? ¿Qué pensaría? Se preguntaba. 

Tomó con delicadeza el brazo de la pelirroja, sintiendo la suavidad de su piel contactar con la suya. La colocó en el colchón y caminó por la habitación en silencio. Agarró ropa para cambiarse, saliendo con cuidado, sin emitir ruido alguno. Se adentró en el baño, decidida a darse una ducha y calmar la tensión de sus músculos. Le dolía el cuerpo y la cabeza parecía estar a punto de explotar. 

Mientras el agua caía sobre ella, imágenes de aquel hombre tocando su cuerpo, aferrándola a ella, devorando su piel a su gusto atormentaron su mente. Recordaba su ansiedad y miedo, como corría con el sentimiento de estar cerca de la muerte. Su cuerpo temblando en el suelo, su corazón a punto de salir del pecho, siendo ignorado por todos aquel que cruzaba la acera. Y sobre todo aquello, el alivio que sintió cuando los brazos de la granadina la envolvieron. Las palabras saliendo de su boca tratando de calmarla, sus dedos acariciando su espalda. Las lágrimas cayeron tras recordar aquello, camuflándose con las gotas que descendían cabezal.

Sus manos se cerraron en su cuello, la sensación de sus labios permaneciendo en la piel. Comenzó a enjabonar con fuerza la zona, buscando la manera de deshacerse del efecto que le causaba. Era consciente de que una marca se situaba en esa parte sensible de su cuerpo. Se golpeó a ella misma, frustrada de no poder borrar sus manos en su cintura, su tacto en su nuca, sus labios en su piel. Recordaba la sensación, sin embargo, no recordaba nada de su apariencia. Todo era muy borroso.

Tras varios minutos luchando contra ella misma, odiándose por no cumplir su necesidad, salió con las prendas escogidas y el cabello recién secado por el secador. Caminó hasta la cocina, el dolor seguía perturbando su mente y necesitaba hacerlo desaparecer. Dentro del lugar, comenzó a buscar entre los cajones alguna pastilla para calmar la molestia.

— Te he preparado un suero casero —escuchó una voz junto a unos pasos detrás suya—. Mi abuela me lo preparaba siempre que tenía resaca —comentó, extendiéndole el vaso.

Sonrió, agradeciendo que se preocupara por ella. Tomó el recipiente y lo llevó directamente a sus labios, dando un gran sorbo. El sabor de una mezcla salada y dulce no era agradable, pero era lo único que tenía.

— Está muy malo, ¿verdad? —preguntó, soltando una risa. Chiara asintió, haciendo una mueca al repetir la acción—. A mí tampoco me gusta, pero es muy eficaz.

Bebió un poco más, sintiendo la extraña mezcla bajar por su garganta. A pesar del mal sabor, comenzaba a notar una leve mejora. La rehidratación estaba haciendo su trabajo, mitigando el dolor de cabeza y el malestar general.

— Vamos a la sala. Te vendrá bien moverte un poco y relajarte allí —propuso.

Chiara aceptó, apoyándose en Violeta mientras caminaban lentamente hacia la sala. Al llegar, la granadina la acomodó en el sofá y le colocó una manta por encima. Se sentó a su lado, encendiendo la televisión para que el sonido suave llenara el ambiente, creando una atmósfera tranquila.

— ¿Cómo estás? —preguntó, apartando la vista de la pantalla.

— Pues eso, me duele todo —contestó, evitando los ojos marrones.

Violeta suspiró, sabía que tenía que ir con cuidado y no obligarla a nada, pero no podía evitar intentarlo. La miró con detenimiento, su rostro estaba más apagado que la primera vez que la vio. Aquella alegría que radiaba, había desaparecido.

Los Secretos de Graná | KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora