La Boda

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Se miró al espejo por decimocuarta vez en el día, tenía que estar perfecta para Alex. La habían maquillado sutilmente, el pelo lo llevaba suelto en ondas, tal y como a su futuro marido le gustaba, y el vestido blanco, con ligeros detalles, tan largo como los años que deseaba estar junto a él. Había escogido el vestido más caro y bonito de la tienda, había esperado tanto tiempo este momento, que tenía que ser mágico e inolvidable.

Estaba tan feliz y nerviosa, que su cuerpo temblaba a más no poder, como si se encontrara dentro de un cubo de hielo. Trató muchas veces en colocarse el vestido y los demás accesorios, pero fue tanto su temblor, que tuvieron que ayudarla.

Llevaba horas en aquel vestuario, esperando a que le dieran el visto bueno y por fin, dirigirse hacia el altar, donde la esperaba el amor de su vida. Había salido con varios hombres en sus veintidós años, pero ninguno la había tratado y amada tanto como él.

Lo que ella no sabía, era que entre todos esos hombres, Alex había sido el peor. Un hombre perfecto a la vista de todos, pero cuando los ojos no estaban puestos en él, su verdadera cara salía a la luz. Un hombre que no amaba, un hombre incapaz de ser leal.

En la gran iglesia de Motril, todos los invitados se encontraban charlando en sus sitios, algunos de pie y otros sentados. Hubo muchos reencuentros, sobre todo para la granadina pelirroja, que se había reencontrado con gente que ya casi ni reconocía. El peor de todos, sin duda fue el de Salma, la de rizos había tratado de llevársela a una esquina y conversar, pero Violeta se negó y se alejó, esperando no encontrársela más.

— Mierda.

El susurro de la menorquina llamó la atención de las pelirrojas, haciendo que apartaran sus ojos de la entrada para posarlos en ella.

Habían permanecido juntas desde que se encontraron, a excepción de Violeta por algún que otro saludo, Chiara se negaba a quedarse sola. Había intercambiado alguna que otra palabra con los presentes, pero no se había empeñado en gastar mucha saliva. Al estar agarrada del brazo de la ucraniana, recibieron bastantes preguntas sobre su relación, teniendo que negar los rumores de su romance.

Ahora, las tres a un lado del altar, acompañando a la dama de honor, Violeta, habían estado observando las interacciones de las personas mientras repasaban lo que tenían que hacer, una y otra vez, más nerviosas que nunca.

— ¿Qué pasa?

La medio inglesa sacó la mano de su bolso, sin sacar ningún objeto de él. Las coloradas la miraban expectantes, esperando a que comunicara lo que sucedía. Fue entonces, cuando Chiara comenzó a temblar y volver a buscar, preocupando a las chicas, que ya se esperaban lo peor. La isleña suspiró cansada, definitivamente, no se encontraba en su bolso. Levantó la cabeza y las miró apenada, susurrando un "lo siento".

— Me he dejado el pen drive en casa —confesó avergonzada, había arruinado el plan.

Las pelirrojas sintieron la misma sensación, sus corazones deteniéndose, el aire de sus pulmones manteniéndose en ellos, sin dignarse a salir. Todo estaba hecho, tantos días planeando esto, para que ahora, les faltara lo más importante. Querían pegarse un tiro, no podía ser verdad que lo habían arruinado al último momento, tenía que ser una broma. Sentían que todo el esfuerzo había sido inútil.

Chiara se sentía igual e incluso peor, pues era su culpa el haberse olvidado del USB. Quiso desaparecer, mejor retroceder y acordarse de llevárselo junto a ella, pero era imposible, nadie tenía el poder de controlar el tiempo; desgraciadamente. Se habían explotado para conseguir llegar hasta aquí con las ideas claras, y por su despiste, todo aquel dolor mental no había valido la pena. Todas esas noches sin dormir, no habían valido la pena. Sin embargo, no podían rendirse, necesitaban las pruebas. Ellas las conseguiría, costara lo que costara, nadie se casaría hoy.

Los Secretos de Graná | KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora