Llantos, Gritos y Peleas

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Ruslana daba vueltas por la habitación, insultando a gritos, a su vez murmurando para ella misma. En un momento de furia, dio una patada a la mesilla, haciendo que esta se volcara y sus pertenencias cayeran. Miró la escena con molestia, su enfado aumentando al ver que el cuadro que su madre le había comprado se había roto.

— Rus, calm down —dijo la ojiverde desde la cama de la pelirroja.

No había podido dormir bien en la noche, necesitaba contárselo a alguien. Quería que Violeta fuera la primera en enterarse, pero en la mañana se encontró una nota en la que comunicaba que se encontraba junto a Denna, y no era el mejor momento para decírselo. Así que, llamó a su mejor amiga, Ruslana, pues ella también es muy amiga de la rubia.

Lo que no se esperaba era que cuando se lo contara, ella explotaría. Tras ver el video, se levantó furiosa del colchón y comenzó a lanzarle malas palabras a Alex, llamándole de todo. Después se alteró más y golpeó una silla, y así con todo lo que se cruzaba por su camino.

— ¡¿Qué me calme?! —Contestó exaltada, acercándose a ella—. Ese gilipollas le ha puesto los cuernos a mi amiga, joder.

— Lo sé, lo sé. Lo he visto con mis propios ojos. Pero no puedes ponerte así.

— ¿Y cómo quieres que me ponga? Si ha jugado con ella vete a saber por cuanto tiempo. Y encima, Denna me admitió que se sentía un poco culpable por tocar tanto a esos chicos del club.

Podía notarse la desesperación en su voz, el dolor y la decepción en sus ojos. La ucraniana es una chica muy protectora con las personas que quiere, y el hecho de saber que estaban haciendo daño a Denna, la dañaba. No quería imaginarse como se rompería al darle la noticia.

— Violeta tenía razón. Alex no es lo que pensamos —susurró, más para ella misma, recordándose las veces que le decía que no era cierto, que Almudena no era tonta.

Cayó al suelo, golpeándolo de la frustración. Sus mejillas húmedas por las lágrimas que caían. Se odiaba por no haber sido capaz de protegerla. Había prometido hacerlo y había fallado.

Chiara se acercó a ella y la envolvió con sus brazos en un abrazo. La conocía a la perfección, entendía lo que estaba sintiendo, no era la primera vez que lo presenciaba. La pelirroja se aferró a ella como si su vida dependiera de ello, su llanto inundando la habitación.

— Voy a matar a ese hijo de puta —murmuró segura, alejándose de Chiara.

La menorquina observó como salía de la habitación, rápidamente corrió detrás de ella, temía por lo que sería capaz de hacer. Bajó las escaleras de dos en dos, de manera fugaz, no podía dejar que Ruslana se escapara. Notó los ojos confusos de Bea y los cansados de Naiara mirarla con atención, siguiéndola por el pasillo, donde encontró a la pelirroja tomando las llaves. Antes de que se marchara, la alcanzó. Comenzaron a forcejear, chocando contra las paredes.

— ¡Déjame! —pedía, tratando de soltarse del agarre. Sus manos la empujaban con fuerza, pero por primera vez, Chiara era más fuerte—. Chiara, necesito reventarlo.

Naiara y Bea aparecieron en la escena para separarlas, cada una tomando a una. No comprendían nada de lo que estaba sucediendo, pero habían escuchado gritos provenir de la habitación. Pensaron que Chiara le habría contado algo y que Ruslana se había sobresaltado, no obstante, nunca llegaron a pensar que acabarían así.

La zaragozana fue la primera en llevar a Ruslana al salón, donde la obligó a sentarse en sofá. La madrileña la siguió, para su suerte Chiara cedía a su empuje, al contrario de la ucraniana.

— ¡¿Pero qué cojones hacéis?! —habló finalmente la más mayor, turnando los ojos de una a otra.

Ambas se quedaron en silencio, cuando Naiara se enfadaba las intimidaba. No era solo el tono de su voz, la intensidad en su mirada y la dilatación de sus pupilas las exterminaban. Se sentía ratones enfrente de un gato listo para devorarlos.

Los Secretos de Graná | KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora