Aprender a Tocar La Puerta

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Violeta bufó molesta, ¿por qué se estaba riendo? No era nada gracioso. Su amiga, Ruslana, reía de manera descontrolada, golpeando de vez en cuando la mesa. La más mayor le había contado lo que pasó cuando su novia vio a Chiara.

— Ni puta gracia. Qué de lo enfadada que estaba me fui a dormir al sofá.

A Julia no le había gustado nada la sorpresa que su novia le dio. Y es que nada más llegar, la pelirroja se la llevó al piso de arriba, alejadas de la ojiverde, le contó brevemente lo sucedido. Le explicó que no tenían alternativa, que Ruslana les había ayudado una vez y ahora tenían que devolverle el favor, pero la rubia no estaba de acuerdo. Entendía que se lo debía, pero eso no cambiaba que no la había avisado con antelación.

Discutieron varios minutos, tiempo que Chiara aprovechó para terminarse su cena y limpiar tanto la mesa como el vaso utilizado, cosa que nunca habría hecho, pero se sentía mal por lo que su llegada había causado. Finalmente, ambas bajaron y la rubia, fingiendo una sonrisa, le hizo un breve tour por la casa, mientras su chica le preparaba la cena.

Ya en la noche, acostadas cada una en su cama correspondiente, las malas palabras volvieron. Violeta, consciente de que las paredes no insonorizaban sus voces, decidió irse a dormir al sofá y evitar una pelea. Por la mañana, cuando despertó, la casa estaba vacía. Julia se encontraba en el trabajo y Chiara le había escrito una nota, notificándole que se había ido a dar una vuelta.

— Si no me río por eso —aclaró, tratando de calmarse—. Me rio por como la recibiste. —una carcajada traicionera escapó de su boca—. Es que no es normal, tía.

— Cállate, que me llamó puta. —Ruslana mordió su labio, luchando contra la risa—. Atrévete a reírte que te mando a tu país.

— Con Ucrania no, que no están en su mejor momento. Un respeto.

— Ruslana...

La ucraniana hizo el típico gesto de la cremallera en la boca, cerrándola con sus dedos y girando una llave imaginaria, indicándole a Violeta que no se reiría más.

El silencio invadió el lugar, haciendo que la joven entendiera que a su amiga no le parecía divertido. Se imaginó la situación desde su perspectiva, dándose cuenta de lo mal que lo habría pasado. Se quitó los guantes y estiró sus manos hasta encontrar las suyas, mirándola con una pequeña elevación de labios, una que mostraba calma y apoyo.

— Mira —comenzó, acariciando con el pulgar sus nudillos—, no te preocupes por eso. A Chiara no le habrá importado mucho, no lo parece, pero es muy comprensiva —trató que las palabras la tranquilizaran, sin embargo, no parecían hacerlo—. Si es por Julia, relájate, no contará nada.

Ella suspiró, no llevaba ni un día con ellas y ya había tenido problemas. A pesar de avisar de que a la mínima se iría, no podía echarla, no era su culpa. Pensó que lo mejor sería evitar discusiones y olvidar la noche anterior, hacer como si nada.

— Anda, entretente con algo, aprovecha estas semanas de vacaciones. Vete por ahí, disfruta. —le aconsejó—. Le presentaré a Álvaro, así no tendrás que preocuparte por ella. 

Sonrió, agradecida por el gesto. No quería aquello, no quería que Chiara pasara tiempo fuera. No por nada, simplemente, pensó en que estaría sola la mayor parte del tiempo. Denna trabajaba y para lo único que tenía espacio era para organizar la boda. Ruslana pasaba la mayor parte del tiempo en el taller, trabajando o tomando cervezas con cualquier cliente o amigo. Bea estaba liada con la familia de Naiara y cuando se encontraba fuera del hogar, solo tenía tiempo para dar clases de piano. La zaragozana y el uruguayo, no se despegaban el uno del otro, y a pesar de ser los únicos con los que podía quedar, no le apetecía hacer de sujeta velas.

Los Secretos de Graná | KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora