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- No cuenta como infierno si te gusta como quema-

ATTE: Darkhnesss

Sé que besarla había sido el mayor error de mi vida, pero no podía negarle un beso a aquellos labios que me habían hecho creer en el patético y asqueroso amor. Es curioso, sabéis, yo, un diablo que nunca había creído en el amor, diablo que siempre había dicho que el amor era una puta debilidad, una ruina para todo aquel que lo sintiera, y ver que soy quien tiene la "ruina" me resulta gracioso.
Tenía que besarla, aunque solo fuera por primera y última vez, tenía que sentir lo que era besarla, tenía que sentir todo aquello que sentía cuando soñaba con ella...

Recuerdo una frase que me repetía mi difunta madre, "NO CUENTA COMO INFIERNO SI TE GUSTA COMO QUEMA". Ahora entendía a qué se refería, no podía llamar "infierno" al amor, si este mismo es quien me tiene ardiendo en el, aunque yo mismo fuera el rey.

Pero entonces mientras la besaba escuché aquel disparo y la protegí con mi cuerpo. No sabía quién mierdas había disparado, pero sea quien sea la había asustado y eso no me hace ni puta gracia.

- Ricci, sabe Romeo que estás besando a su hija?- Solté un suspiro y le dediqué una mirada de "voy a matarte, capullo"

- Créeme, lo que diga, sepa o crea ese viejo no es una de mis preocupaciones.- o por lo menos no en este momento.

- Debería, después de todo no fue e..- Este tío era gilipollas, debía mantener la boquita cerrada, ya no solo por el bien de ella, sino, por el suyo mismo.

Ella no podía saber la verdad; nadie debía saberla, o por lo menos, no hasta que no haya encajado cada pieza de todos los puzzles de mi venganza. Mi familia merecía salir a la luz; el mundo merecía saber cuál era el precio que pagarían por hacer lo que le hicieron.

Dicen que la venganza no es buena para el corazón, pero lo que la gente no sabe, es que nada puede ser malo para el mismo si este dejó de latir hace siglos. Estaba vacío por dentro, como cual témpano de hielo, y aunque latiera, latiría escupiendo fuego, porque no hay corazón si en su interior solo arde fuego.
Cada llama es una razón y mi reino el porqué de ello.

Yo era el cazador de almas, el ajustador de cuentas, la muerte personificada, el diablo reencarnado en humano para hacer arder el mundo por allí donde el mismo haya pisado.

Quien se ríe de la desgracia ajena acaba encontrando la suya propia, y quien la encuentra acaba suplicando clemencia por ella.

- ¿Quién es el?- su voz hacía que todo mi sistema nervioso perdiera el control en sí mismo, como un golpe en lo más bajo del estómago, produciendo así la pérdida del equilibrio por el dolor.

- Un viejo amigo, el cual ya se iba, ¿no es así?- mi mirada creo que hablaba por sí sola, pero como si no le hubiera quedado claro, le volví a repetir.

- Me iría, pero no creo que quieras que te deje solo con la retahíla de hombres que viene junto a Romeo Moretti, ¿no?- Me cago en la puta.
Y tras escuchar las múltiples camionetas abrirse me gire en dirección a ella, y plantándole un beso en el dorso de la mano le susurré al oído.

- Volveré mía cara, y recuerda, folla, pero solo conmigo.- y una mierda iba a permitir que follara con alguien más. Que no la quisiera junto a mí no significaba que no fuera MÍA, porque lo era. De pies a cabeza.

No dijo nada, solo se ruborizó y asintió con la cabeza; seguía siendo la misma, aunque intentara negar que no lo era. Salí de allí no sin antes regalarle una última mirada, y tras confirmar que no había ningún peligro y que en verdad era el legado Moretti el que estaba ahí fuera, salí de allí.

Dicen que por amor se hacen grandes cosas, incluso arriesgarte a que tu cabeza esté sobre una bandeja de plata apunto de ser quemada mientras ríen por haber asesinado al último del legado Ricci. Pero lo que no sabe el amor, es que mi cabeza lleva años en la bandeja de plata y nadie se ha atrevido a quemarla.

De vuelta a la fortaleza, no podía dejar de pensar en el brillo de su mirada, en lo mucho que se esforzaba por averiguar quién era simplemente a través de mi mirada. Me hacía gracia ver cómo fruncía el ceño cuando se quedaba mirando algo con tanta intensidad, como si con solo mirarlo se fuera a desintegrar. Era única y sí, señoras y señores... ERA MÍA.

Mi padre siempre me decía que en la vida solo habían tres cosas que un hombre debía tener únicas;

Su coche.
Su arma.
Su MUJER.

Esas tres cosas eran únicas para cada uno de nosotros, ya que jamás le dejarías tu coche a nadie. Mucho menos cederías tu arma a otra persona y ni siquiera se te pasaría por la mente compartir a tu mujer. Las dos primeras eran materiales; todos podían adquirir uno de esos dos. Pero la tercera era única; nadie tendría una mujer como la tuya, por mucho que desearan tenerla...

Aparqué mi Audir8 blindado en la fortaleza y entré en casa. Mi coche era una de esas joyas que me dejó mi padre, uno de esos secretos oscuros que es mejor observarlos sin tocar o investigar. Ese no era un simple coche. Ese coche era toda una pieza de colección.
No había otro igual en toda Roma, su color negro azabache, sus diamantes sobre las llantas de las ruedas para decorarlas, sus cristales negros antibalas, y sobre todo la marca del diablo en toda la carrocería.

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El infierno del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora