Capitulo 2.

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El tan esperado día había llegado.

Una vez más, mi odiosa alarma estaba haciendo su excelente trabajo. Eran aproximadamente las tres de la madrugada y el vuelo que nos llevaría directo a Cartagena salía a eso de las seis de la mañana. No es que estuviéramos especialmente emocionados, sino que, a pesar de que Manizales era una ciudad capital con su aeropuerto, los vuelos directos a Cartagena y otros destinos se debían tomar desde Bogotá. En este caso, tocaba ir a la ciudad vecina, Pereira, para tomar un vuelo a Bogotá y luego otro a Cartagena.

Lo sé, es una vuelta loca.

Me levanté de la cama con pesadez, sintiendo el cansancio acumulado de haber dormido apenas un par de horas. La casa estaba en silencio, sumida en la oscuridad de la madrugada. Mientras me dirigía al baño para asearme, recordé todas las veces que había soñado con este viaje. Cartagena, con sus playas de arena blanca, su rica historia y su vibrante vida nocturna, siempre había sido un destino que quería visitar. Pero antes de llegar a ese paraíso, tenía que superar el caótico trayecto que me esperaba.

Después de una ducha rápida, me vestí y comencé a revisar que todo estuviera en orden. Las maletas ya estaban listas desde la noche anterior. Había empacado cuidadosamente, asegurándome de no olvidar nada importante: el cargador del móvil, los documentos del viaje, algo de ropa cómoda para el vuelo y, por supuesto, el protector solar. Me preparé un café rápido, más por costumbre que por necesidad, ya que el cansancio hacía que cualquier intento de despertarme completamente fuera inútil.

Una vez preparado y con las maletas listas, recibí una llamada de Mary. Rápidamente contesté, esperando que todo estuviera bien.

—Hello —saludó ella, su voz sonando fresca a pesar de la hora.

—Buenas madrugadas, madam —le respondí con un tono juguetón—. ¿Requiere usted un servicio de transporte a estas horas de la noche?

La escuché reír, y su risa me hizo sonreír también. De entre los cinco que éramos, Mary era la persona con la que mejor me llevaba. Era una chica agradable, divertida y muy hermosa. Aunque en algún momento intentamos algo más, por cosas del destino no se dio.

—Por favor... y que sea rápido —contestó ella.

—Como usted mande.

Saqué mi coche del garaje, verifiqué que todo en el maletero estuviera en orden mientras el motor tomaba temperatura, y luego me subí. Sin embargo, antes de hacerlo, me percaté de un hombre que venía desde una de las calles hacia mi dirección.

Su caminar era bastante errático. Se tambaleaba de un lado a otro con la cabeza gacha. Lo observé hasta que estuvo muy cerca de mí. La luz tenue del alumbrado público apenas iluminaba su rostro, pero era suficiente para ver que tenía los ojos vidriosos y una expresión perdida.

—¿Se encuentra usted bien? —le pregunté, intentando ofrecerle algo de ayuda.

No dijo ni una palabra. Seguía caminando, casi arrastrando los pies con pereza. Su ropa estaba desaliñada y olía fuertemente a alcohol. Era evidente que había pasado la noche bebiendo.

—¿Tiene dinero para comprar algo? —insistí, pensando que tal vez necesitaba ayuda para comprar comida o algo de beber.

Se apoyó en el capó del coche y, apenas levantando la mirada, puso una botella de licor sobre este. Estaba ebrio de remate. Podía ver que sus manos temblaban ligeramente, y sus movimientos eran lentos y torpes.

—Siga su camino —le dije, tratando de mantener la calma. Me subí al coche y el tipo, un tanto molesto, se apartó y acto seguido lanzó la botella de vidrio por los aires, la cual impactó en la calle con un estrépito.

Apocalipsis Z: Mareas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora