Capitulo 3.

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—Estoy agotado —dije, mientras intentaba mantenerme despierto. Eran ya casi las doce de la noche y mis ojos seguían abiertos a duras penas. Apenas podía sostener los párpados para no terminar con ellos cerrados.

Me senté en la cama y comencé a desnudarme allí mismo, sin importar que Jean estaba haciendo lo mismo al otro lado de la habitación. El cansancio nos hacía perder cualquier rastro de pudor. Marcus, por otro lado, estaba en el baño, o al menos eso parecía por los ruidos que escuchaba de la ducha y el agua corriendo.

Habíamos rentado solo dos habitaciones en el hotel: una para Mary y Luna, y otra para nosotros tres. Sin embargo, con solo dos camas para tres personas, uno de nosotros tendría que compartir con otro.

—Muy bien... ¿quién será el afortunado que dormirá conmigo? —preguntó Jean con una media sonrisa en el rostro—. Tranquilos, no se peleen por mí.

—Sobre todo —agregué, rodando los ojos. Me tumbé en la cama y rápidamente me escabullí entre las mantas, buscando el tan ansiado descanso.

—Bien, ven aquí... compartiremos esta cama.

Las voces de Jean y Marcus se hicieron distantes rápidamente mientras me sumía en el sueño. La sensación de descanso que invadía mi cuerpo era indescriptible, como si cada músculo finalmente se relajara después de un día interminable.

—Eres mi menos favorito —fue lo último que escuché decir a Jean. Y finalmente, caí en un sueño profundo, sintiendo que la noche no duraría lo suficiente.

Al día siguiente, fui el último en despertar. Al abrir los ojos, la luz del sol ya se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación. La cama de al lado ya estaba hecha y no había rastro de los chicos. Me incorporé lentamente, sintiendo el peso del cansancio todavía en mis huesos. Miré mi celular; eran alrededor de las ocho de la mañana.

—Por fin despierta el bello durmiente —oí decir a Marcus al entrar al cuarto. Traía una sonrisa de oreja a oreja y una taza de café en la mano—. Mientras dormías, Mary y yo nos tomamos la molestia de reservar una cabaña en la isla... ¿qué te parece?

—Excelente, es a eso a lo que vinimos, ¿no? —respondí, aunque mi voz sonaba todavía gruñona por el sueño.

—¿Siempre eres así de gruñón por las mañanas?

—Dame café y me tendrás como nuevo.

Marcus rió y me pasó la taza de café. El aroma cálido y reconfortante me despertó un poco más. Me tomé unos minutos para saborear el café y luego me preparé para nuestra salida hacia la isla. La emoción comenzaba a sustituir al cansancio mientras pensaba en el día que nos esperaba.

El corto viaje en lancha, hasta la isla fue más agradable de lo que esperaba. Nos subimos a la pequeña embarcación en el muelle del hotel, y pronto zarpamos. El motor rugía suavemente mientras cortábamos las olas, y la brisa marina era refrescante. Podía ver cómo el sol ascendía en el cielo, prometiendo un día caluroso y soleado. Mary y Luna estaban sentadas al frente, riendo y disfrutando del paisaje. Jean, Marcus y yo nos acomodamos en la parte trasera, disfrutando del vaivén del mar.

—Mira, allí está la isla —dijo Jean, señalando el horizonte. La silueta de la isla empezaba a dibujarse contra el cielo azul. Era un lugar paradisíaco, con playas de arena blanca y palmeras que se mecían con la brisa.

—No puedo esperar para llegar —dijo Luna, tomando fotos con su cámara—. Este lugar es increíble.

En menos tiempo del que esperaba, llegamos a la isla. El agua era cristalina y de un azul intenso, tan clara que podíamos ver el fondo marino. Desembarcamos en un pequeño muelle de madera, y fuimos recibidos por un empleado del hotel que nos condujo a nuestra cabaña.

Apocalipsis Z: Mareas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora