Capítulo 5.

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El silencio reinaba dentro de la cabaña mientras, en el exterior, el dulce romper de las olas contra la playa era el único sonido perceptible. Aún era de día, o al menos eso parecía, y todo se encontraba cubierto por una delgada capa de ceniza que no dejaba de caer desde lo más alto del cielo. El ambiente era surrealista, como si el mundo estuviera envuelto en una neblina gris que oscurecía la esperanza.

El televisor, en un tono grisáceo, era lo único visible en ese momento, además de los mensajes de emergencia que indicaban que algo muy grave estaba ocurriendo. Nosotros, encerrados y sin información, solo sabíamos que las cosas allá afuera representaban una amenaza para cualquier ser viviente. La incertidumbre nos rodeaba, creando un ambiente tenso y desesperado.

De repente, durante unos minutos, la señal de cable volvió, y pudimos sintonizar uno de los canales nacionales que transmitía noticias a eso de mediodía. La imagen parpadeante del televisor nos trajo una mezcla de alivio y terror.

—Las inminentes oleadas de violencia que se registran a lo largo y ancho del país son atribuidas, según el gobierno nacional, a un ataque terrorista con armas químicas. El CDE confirma también que el misterioso patógeno se encuentra disperso en varios países más de toda América —decía la reportera con una voz temblorosa pero profesional—. Mientras tanto, Europa y Asia parecen ser los más afortunados, ya que la enfermedad en estos territorios ha sido diezmada por completo...

Y la señal se fue, dejándonos con más preguntas que respuestas.

—Así que estamos lidiando con una enfermedad —comentó Jean, su voz cargada de sarcasmo—. Vaya chiste... No me sorprende que solo América haya sido atacada, mientras al otro lado del charco seguro están bailando y cantando cumbayá.

—Tranquilo... Saldremos de esta. Estaremos bien si permanecemos juntos —le dije, tratando de inyectar algo de optimismo en nuestra situación. Marcus me miró con una mezcla de incredulidad y esperanza.

—Opino que debemos movernos. Si nos quedamos aquí, nos arriesgamos a que esas cosas nos encuentren —propuso, corriendo hacia la ventana para observar el exterior. El paisaje desolado y la constante caída de ceniza hacían que todo pareciera sacado de una pesadilla—. Saben que estamos cerca, pero no exactamente dónde... patrullan y son atentos.

—¿Crees que sean conscientes? —le pregunté, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Jean me miró con una mueca de gracia, como si no pudiera creer lo que estaba diciendo.

—Pregúntaselo a la mujer mutilada que viste esta mañana... No creo que alguien consciente sea capaz de tolerar eso.

Era cierto lo que Jean decía; la mujer que vimos esta mañana desafiaba todas las leyes de la ciencia y la medicina. Sus heridas eran tan graves que era un milagro que pudiera moverse, y mucho menos estar viva. ¿Cómo era posible seguir vivo con semejantes heridas? Era imposible en cualquier caso.

—No están vivos.

—Así es, Louis... no están vivos. El hombre que vimos esta mañana, que te mostré, es otro claro ejemplo. La sangre seca en su muñeca por la herida que llevaba es una prueba de que la sangre no les corre por el cuerpo.

—¿Qué haremos si nos topamos con ellos? —oí a Luna preguntar, su voz llena de temor. Ella estaba junto a Mary, tratando de consolarla mientras las sombras de la noche empezaban a envolvernos.

—Correr...

••••••

Lo primero que teníamos que hacer era salir de la isla Tierra Bomba y llegar hasta la ciudad de Cartagena. La única manera de lograrlo era mediante una lancha, y la urgencia de nuestra situación hacía que cada minuto contara.

Apocalipsis Z: Mareas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora