Capítulo 8.

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Jared y sus hombres nos escoltaron hasta lo que parecía un centro de refugiados improvisado y caótico. Era el estadio principal de Cartagena, conocido como "Jaime Morón". No soy bueno con los números, pero bastaba un vistazo para ver que se trataba de un enorme estadio donde la gente se agolpaba en las gradas, abrazando cobijas mientras esperaban atención en la cancha de fútbol por heridas variadas. Cualquier persona que hubiera tenido contacto directo con los infectados debía ser eliminada de inmediato, ya que representaba una amenaza mortal.

—La mayoría de los infectados han sido neutralizados en la ciudad —dijo Jared, el único que nos estaba escoltando en las gradas. La muerte era casi una garantía de resurrección. Aún no lo entendía, pero sabía que no era bueno—. Durante la noche del caos, la mayoría de las personas se congregaron en los muelles y playas, intentando huir en botes hacia Tierra Bomba.

Le dio una calada al cigarrillo que había armado de manera tosca y, con una profunda exhalación, expulsó todo el humo de sus pulmones, disfrutándolo visiblemente.

—Empieza por el principio... —pedí, sintiendo cómo mi mente exigía saber más sobre este incidente.

La velocidad a la que la enfermedad se había propagado era alarmante. Marcus había tardado en llegar a un estado avanzado de infección, y me resultaba extraño que las autoridades no lo hubieran previsto. Aunque no quisiera aceptarlo, en lo más profundo de mi razonamiento, sabía con certeza que esto era algo más que un accidente. Por paranoico que sonara, era la conclusión más lógica.

—Supongo que todo eso sobre la confidencialidad y demás rollos estúpidos de los que están por encima de mí ya es inútil... —dijo, tomando otra calada. Contuvo el aire, lo soltó y lanzó lejos la colilla quemada. Nos miró fijamente—. Hace un par de años hubo un incidente en una universidad... en Bogotá, la Universidad Distrital fue un verdadero infierno.

Recordé que por esos tiempos la noticia de un ataque terrorista y la toma de rehenes en la universidad se había complicado, y después de un tire y afloje, hubo un supuesto accidente químico que puso el lugar en cuarentena. Recordaba claramente lo sucedido, pero ahora que Jared lo mencionaba, todo comenzaba a encajar.

—Lo del ataque es cierto, pero no hubo ningún accidente químico ni nada parecido. Pusieron toda la universidad en cuarentena después de que los altos mandos fueran informados de un posible atentado con un patógeno desconocido —explicó—. Quienes lo hicieron lo planearon muy bien, se infiltraron en la universidad e infectaron a las personas con un detonador que liberó esta plaga. Según inteligencia, lo hicieron para ver hasta dónde podía llegar y cuán destructivo podía ser.

—¿Quiénes son? —pregunté, curioso. Mi voz, apagada, reflejaba lo poco atento que estaba. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. No podía pensar con claridad.

—Poco se sabe de ellos, pero te puedo decir que se hacen llamar "La Orden de Noot" —respondió, recostándose sobre una baranda—. Sus objetivos no son claros, aunque parecen adorar a una especie de dios llamado "Noot". Son fanáticos, lavan cerebros y solo piensan en destruir.

—Tenían que ser fanáticos —agregó Luna, rompiendo su silencio—. Malditos desquiciados...

—Son gente muy poderosa. Tienen poder político y monetario. Creemos que fueron ellos quienes provocaron este desastre.

—¿Por qué solo en América? —pregunté—. La última noticia que vi decía que la enfermedad no estaba en Europa ni Asia, que había sido contenida con éxito.

—No lo sabemos. Solo sabemos que lograron sincronizarse para liberar la enfermedad en puntos estratégicos de EE.UU., México, Colombia, Perú y más al sur. Todo para que la enfermedad no pudiera ser contenida, y para que detonara al mismo tiempo, dificultando su rastreo.

—Para ser tan joven sabes demasiado —le comenté.

—Es cierto, aunque yo tampoco sabía mucho. Cuando todo empezó a decaer, fue cuando se nos informó de la situación.

Era aterrador pensar cómo un grupo de personas con tanta influencia podía arrodillar al planeta entero. ¿Con qué fin? No lo sabía, pero pensar que de ahora en adelante todo sería diferente me ponía los pelos de punta.

Aunque la intención de los militares y el refugio improvisado en el estadio era dar un poco de techo durante la tormenta, Jared había sido lo más sincero posible con nosotros. Después de nuestra larga charla sobre lo que estaba pasando, nos dijo que la situación no iba a mejorar y que lentamente nos sumergiríamos en una anarquía donde las personas mismas se convertirían en una amenaza peor que los muertos vivientes.

Así que en resumidas palabras no había cura. No había salvación.

La noche había caído completamente sobre Cartagena, y las luces parpadeantes del estadio creaban sombras inquietantes en las gradas. A pesar del refugio que ofrecía, el lugar no dejaba de sentirse como una trampa mortal. Jared nos condujo a un rincón apartado, lejos del bullicio de los otros refugiados. Allí, bajo una de las tribunas, improvisaron una especie de área de descanso para nosotros.

—Debemos mantenernos juntos —dijo Jared en voz baja, arrodillándose junto a una mochila desgastada—. Hay muchos que están desesperados y pueden ser peligrosos.

Luna se sentó a mi lado, su mirada perdida en la oscuridad del estadio. Sentía su tensión, su miedo, aunque ella intentaba disimularlo.

—No puedo creer que esto esté pasando —murmuró—. Todo se ha ido al infierno tan rápido...

—Lo sé —respondí, aunque mis palabras sonaron huecas incluso para mí.

Jared comenzó a sacar provisiones de su mochila: latas de comida, botellas de agua, algunas vendas. El sonido de sus movimientos era casi reconfortante en medio del caos.

—Vamos a necesitar estas —dijo, entregándonos algunas raciones—. No sabemos cuánto tiempo estaremos aquí.

Mientras comíamos en silencio, me encontré observando a las personas en el estadio. Familias enteras, personas solas, niños llorando. Era un espectáculo desolador. Las luces de emergencia lanzaban destellos rojos y azules, creando una atmósfera de constante alarma. Parecía un purgatorio.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

Jared suspiró, pasándose una mano por el cabello.

—Lo primero es sobrevivir la noche —respondió—. Mañana intentaremos buscar más información. Tal vez haya alguna forma de salir de la ciudad, aunque será difícil. Los caminos están bloqueados y el mar no es una opción segura.

—¿Y si nos quedamos aquí? —preguntó Luna—. ¿No es este el lugar más seguro?

—Lo era —dijo Jared, su voz teñida de amargura—. Pero ahora con los infectados neutralizados, la verdadera amenaza son los humanos. Aquí hay recursos limitados, y cuando la gente empiece a desesperarse...

No terminó la frase, pero no hacía falta. Sabíamos lo que quería decir. Habíamos visto de lo que la gente era capaz en situaciones extremas. Las reglas de la civilización parecían desvanecerse, dejando al descubierto nuestra naturaleza más primitiva.

—Debemos encontrar un plan de escape —dije, decidido—. No podemos quedarnos aquí esperando a que las cosas empeoren.

Jared asintió, y pude ver un destello de resolución en sus ojos.

—Tengo contactos en la ciudad —dijo—. Quizás puedan ayudarnos a salir. Pero será arriesgado. Necesitamos mantenernos alerta y preparados para movernos en cualquier momento.

Pasamos el resto de la noche haciendo planes y turnándonos para mantener la vigilancia. El miedo y la incertidumbre eran casi tangibles, pero también lo era una chispa de esperanza. Sabíamos que nuestras vidas nunca volverían a ser las mismas, pero en medio de la desesperación, nos aferrábamos a la idea de sobrevivir, de encontrar una forma de escapar de este infierno.

La madrugada trajo consigo una bruma espesa y una quietud inquietante. Nos preparamos para el día que nos esperaba, conscientes de que cada paso que diéramos podría ser el último. Pero no teníamos otra opción. La lucha por la supervivencia había comenzado, y estábamos decididos a enfrentarla juntos.

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⏰ Última actualización: Jul 29 ⏰

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