Capítulo 7.

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Intenté moverme, pero no pude. Ante mis ojos se desplegaba la escena más espeluznante que jamás había visto. Habían pasado unas horas y ya esas criaturas se habían marchado, dejando tras de sí un rastro de caos y destrucción. El suelo estaba cubierto de sangre y huellas; lo que una vez fue Mary ahora era una masa de carne y huesos, retorciéndose en un intento desesperado por moverse con su único brazo. Parecía como si un banco de pirañas la hubiera devorado viva, dejando mayormente huesos expuestos y carne desgarrada.

Estaba apoyado contra el ducto, llorando en silencio mientras la veía alejarse lentamente, incapaz de ayudarla. Los demás permanecían en un silencio sepulcral, nadie pronunciaba una sola palabra. De repente, escuché a Marcus toser violentamente, rompiendo la quietud de manera abrupta.

—¿Estás bien? —preguntó Jean, su voz cargada de preocupación.

—No sé, algo me está pasando... me siento fatal. —respondió él, limpiándose la comisura de los labios, donde había un rastro de sangre debido a la tos. Estaba pálido, con ojeras marcadas y una debilidad evidente en su postura.

—Tenemos que bajar. —propuso Jean, dirigiéndome una mirada cargada de urgencia. —Esas cosas ya no están... debemos bajar. El hospital está a un par de cuadras. Ahí encontraremos lo que necesitamos.

—Jean... espera... —replicó Marcus, su voz temblando. Jean lo miró confundido. —Es inútil... creo que sé lo que me está pasando.

—¿Qué? —preguntó Jean, con el ceño fruncido.

—Me estoy convirtiendo en uno de ellos. —respondió Marcus, con un tono de duda que reflejaba su propia incredulidad. —Tiene sentido... empecé a sentirme mal después de la primera mordida... si me miras notarás que cada vez me parezco más a ellos.

—Deja de decir tonterías, Marcus. —le replicó Jean, negándose a aceptar la terrible posibilidad de que Marcus se estuviera transformando.

—Jean... tiene razón. —intervine, sin desviar la mirada de Mary, que seguía intentando arrastrarse por el resbaloso suelo. Era un esfuerzo inútil. —Solo mira a Mary... es lo mismo.

—¡Puede ser diferente! —exclamó Jean, golpeando la pared del ducto con frustración, haciendo que resonara en el silencio. —Dios mío... ya hemos perdido suficiente... ni siquiera quiero pensar en mi familia... espero que estén bien.

—Si son inteligentes, se habrán alejado de la ciudad. —respondió Luna, con una frialdad que parecía fuera de lugar. Parecía estar más tranquila y asimilaba todo lo sucedido de otra manera. —Si no... serán parte del rebaño... como todos... como Mary.

—¡Cállate, Luna! ¡Deja de hablar! ¡No quiero oír más tu pesimismo!

—¡Es la realidad! —gritó ella, mirándolo fijamente. —Todos vamos a morir... todos terminaremos como esas cosas... no puedo saber a ciencia cierta el alcance de todo esto, pero esta ciudad solo nos demuestra que quizá todo el país o incluso todo el planeta esté pasando por lo mismo... si no fuera así, ya habrían enviado ayuda.

Luna tenía razón. Si esto no fuera tan grave, ya habrían enviado ayuda o al menos habría algún centro de refugiados... pero no era así, no había nada salvo los muertos vivientes.

—¿Qué vamos a hacer entonces? —preguntó Jean, más tranquilo pero evidentemente agotado. —¿Esperar a morir?

—Volveremos a Manizales... —respondió Marcus débilmente. —Bueno, volverán ustedes. Tomarán la camioneta de Louis y buscarán a sus familias. Al menos ustedes tienen la oportunidad de despedirse... yo, por otro lado, creo que no me queda mucho tiempo.

—No vamos a dejarte. —dije, tratando de mantener la voz firme.

—Tienen que hacerlo... me convertiré en una amenaza y, gracias a mi tamaño y fuerza, no será fácil evitarme... —agregó Marcus, su voz cargada de resignación. —Solo quiero pedirles dos cosas... si encuentran a mi familia, despídanse de ellos por mí... y la segunda es que no me dejen convertir en uno de ellos. Por favor.

—¿Cómo haremos eso? —preguntó Jean, con una mezcla de desesperación y confusión. —He visto a varios de ellos con heridas mortales que ningún ser humano podría soportar... no sabemos cómo evitar esto ni cómo acabar con ellos.

—Ya lo averiguaremos, pero primero tenemos que bajar de aquí... me duele la espalda. —dije, tomando la iniciativa. Sin pensarlo dos veces, me incliné por la abertura en el ducto por donde Mary había caído y descendí.

No era muy alto, así que llegué al suelo sin ningún rasguño. El piso se sentía pegajoso y, a unos metros, estaba lo que quedaba de nuestra mejor amiga. Me sentí tan mal que me aparté para vomitar. El olor a sangre en el aire era nauseabundo, una mezcla metálica y putrefacta que parecía impregnar cada rincón. Los intestinos de Mary, claro, estaban esparcidos, decorando el lugar de manera macabra.

Una vez todos abajo, escudriñamos nuestro entorno en busca de alguna amenaza, pero al parecer esas criaturas ya se habían marchado. No había nada ni nadie. Solo un profundo silencio, roto únicamente por el sonido de nuestras agitadas respiraciones.

—¡ALTO AHÍ! ¡No se muevan de donde están!

Una voz autoritaria rompió el silencio. Era un joven vestido de militar, acompañado de varios más. Rápidamente nos rodearon y nos apuntaron con sus rifles. Me quedé petrificado, temiendo lo peor.

—Ustedes todos... aléjense de ellos. —ordenó el mismo chico, señalando que Luna y Jean se apartaran de nosotros. Entendía por qué con Marcus, pero comprendí mi situación cuando recordé el corte en mi antebrazo que aún sangraba.

—Él no fue mordido... —dijo Marcus, avanzando unos pasos, pero se detuvo cuando le pusieron el cañón del fusil en la frente.

—¡No te muevas o te vuelo la cabeza!

—¡Dice la verdad! —exclamó Luna. —Es un corte.

Vi cómo otro de los soldados se acercó a lo que quedaba de Mary y, con un rápido movimiento, le atravesó el cráneo con una navaja. En ese instante, Mary quedó inmóvil, como si hubieran presionado un botón de apagado.

—Enséñanos... ahora. —me ordenó el joven militar, señalándome con su arma. No parecía tener más de 20 años.

Lentamente giré el antebrazo, mostrando con más detalle el corte. Se extendía de arriba abajo y, aunque no era muy profundo, seguía sangrando.

—¡Muy bien! —dijo el chico. —Aun así, no te quitaremos los ojos de encima.

—¿Qué pasará con él? —preguntó Luna, refiriéndose a Marcus.

Sin decir una palabra, el soldado levantó el fusil hasta la altura de la cabeza de Marcus y apretó el gatillo. Una nube roja se formó detrás de su cráneo y rápidamente se desplomó de espaldas. Su sangre se mezcló con la de Mary y sus ojos quedaron abiertos como platos.

Quedé en shock, otra vez paralizado ante la macabra escena. Todo sonaba amortiguado, como si estuviera bajo el agua, y entre lo poco que podía escuchar, pude distinguir los desesperados gritos de Jean.

—Bienvenidos al Apocalipsis.

Apocalipsis Z: Mareas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora