Lía

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POV Helena

Hace días que no como y lo que antes parecía ser un agujero en el estómago, se había sustituido por la nada. Tal vez ya no necesitaría volver a comer, o tal vez tenía tanta tristeza que ya no sabía ni las necesidades fisiológicas que tenía pendientes de cubrir. 

-Tienes que comer Hely, por favor. Sabes que tienes hambre, las dos la tenemos. 

-Lía, ya no sé qué siento, ni cómo he de sentirme en realidad. Básicamente no le importo a nadie en este mundo.

-Oh, gracias. Ya veo que soy importante en esta historia, tss. - Refunfuñó Lía

-Venga, bajaré a comer un sándwich, solo para que no te pongas pesada y me dejes en paz.

No podía verla, pero estaba segura de que ahora mismo Lía estaba sonriendo satisfecha. En realidad es lo único que me queda. Nunca he sabido bien explicar quién es Lía, solo sé que está, la siento, hablo con ella y ella me responde coherentemente. Los pocos a los que alguna vez les he contado algo de esto, siempre me han dicho que estoy loca, o que parece un trastorno múltiple de la personalidad. Yo solo sé que la tengo. Marga siempre me decía que Lía estaba conmigo para protegerme del mundo. Marga era la única que no me juzgaba, a parte de Lía claro. 

POV 3 persona

Helena bajó las viejas escaleras que separaban su habitación de la cocina, se preparó un sándwich con doble de queso y se sentó en silencio en el salón de la casa a comerlo, justo en el sitio del sofá en el que solía saltar cuando era más pequeña. A veces sollozaba un poco, viendo cómo de tranquilo estaba todo y a veces sonreía al recordar. El duelo. 

La casa sonaba a vacío. Solo se podía oír el crujido de las escaleras y los muebles de madera, el reloj de Margarita en el salón y la lluvia que caía fuera rebotando en la barandilla del pequeño porche de la casa. El número 32. 

El cumpleaños de Helena sería dentro de dos días, y sin amigas con quien celebrarlo y la pérdida de su querida Margarita tan reciente, solo la apetecía escapar de ese pequeño, aburrido y chismoso pueblo.

POV Helena

-Llevo tanto tiempo atrapada aquí, que creo que tengo el síndrome de Estocolmo con este pueblo maldito. Lo único bueno que me ha dado, ya me lo ha arrebatado.

-Lía llamando a Hely, como sigas tan triste y depresiva me voy a ahogar aquí dentro. 

Puse los ojos en blanco y suspiré.

-Por cierto, ¿Dónde es aquí dentro? Estoy casi segura de que nunca hemos hablado sobre esto. 

-Jooooobar, ¿Y ahora me vienes con estas? Pues aquí dentro, contigo. Déjate de preguntas inútiles. Por cierto, queda muuuuy poquito para tu cumpleaños, para ser mayor de edad. Sabes que es un número muy importante, ¿no?

-No sé qué lo haría importante, ¿Hago una fiesta conmigo misma?-Se me escapó una pequeña carcajada por lo extraño de la situación. 

-No, i-d-i-o-t-a. Creo que necesitamos un cambio de aires. ¿Cómo lo ves?

Me levanté y fui hasta el espejo del salón, que estaba apoyado con cariño sobre la encimera que daba a la entrada. Solté el moño que llevaba por casa, dejando caer mi pelo largo y pelirrojo por los lados de mi cuerpo. Miré mi reflejo, vi que aún seguía teniendo los ojos algo hinchados de llorar, y que mis pecas estaban intentando salir con el principio del verano.

-Pues sabes qué, ¿Lía?. Creo que nos merecemos un cambio de aires. ¿Dónde nos vamos?

-¿Quéeeeeeee? ¿Así de pronto? ¡Tengo una idea! Vamos al despacho de Jhon.

-¿Lo ves necesario? Sabes que no debemos entrar ahí...-Dije, mientras me acercaba al umbral del despacho en el que Marga nunca me dejó entrar de pequeña. Jhon falleció unos años antes de llegar nosotras a la casa, pero para Marga su despacho era un lugar especial. Ahora estaba tan oscuro..

-¿Y quién nos lo impide? Rápido, coge el globo terráqueo de la mesa. 

-Oh, venga, ¿Quieres que hagamos lo mismo que el vídeo aquel en que alguien gira el globo terráqueo, y señala con el dedo un lugar desconocido para luego irse allí?- Solté una risa burlona.

-¡Bingo!

Puse los ojos en blanco de nuevo. Pese a que me parecía una idea sin sentido, agarré el Globo y, antes de girarlo pensé en lo ridícula que debía verme en esos momentos. También recordé que estaba sola, y que nadie me veía. Sonreí. Tal vez ahora sería dueña de mi destino. 

El globo empezó a girar, cerré los ojos con fuerza y, con mi dedo, paré la rotación. 

-¡Ya tenemos destino! - Gritó Lía, emocionada. 

-¿En serio? - Refunfuñé.



No puedo ser tu LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora