Volver a verse

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Acuario no sabía por qué había aceptado verlo ¿no había terminado esa historia hacía tanto? ¿Qué más quería de él? Lo cierto será que tampoco había dejado de pensar en Leo después de tantos años, lo extrañaba ciertamente pero se había acostumbrado a amar su ausencia, como Pénelope la de Ulises. Estaba acostumbrado a cerrar los ojos y ver su sonrisa, o a aferrarse a las cartas que le había dado cuando eran novios pues aún guardaban su olor, había tratado de vivir abrazando lo que fueron y lo que pudieron ser, lo que no serían jamás. Simplemente en aquel momento recordando eso no podía evitar sonreír aun cuando una gruesa lágrima escurría por su mejilla, lo amaba tanto que ante su recuerdo algunas veces repetía su nombre en voz baja "Leo... te amo". A eso estaba acostumbrado Acuario a amarlo en voz baja y a la lejanía.
    Sin embargo, ahora lo volvería a ver y no sabía que tan listo estaba para ello, iba en el metro y se dió cuenta de que navegaba en sus recuerdos cuando miró su reflejo a los ojos en la ventana del tren que chirriante corría a toda velocidad. Se quedaron de ver a lado del Palacio de Bellas Artes, se sentía tan nervioso como alguien de quince años que se verá por primera vez con su cita, ¿era un tonto por pensar eso? Se preguntaba. Subió la escalera del subterráneo y miró el imponente palacio, sintió sobre su rostro una fresca llovizna, el cielo de julio se pintaba del azul intenso que toma en los atardeceres de verano en la Ciudad de México. Llevaba una gabardina azul oscuro y un traje sastre a juego, que con el agua que caía sobre él parecía derretirlo, Acuario caminó por los alrededores del lugar, su cara era bondadosa, se detuvo mirarse en un charco, tenía barba y esta había comenzado a blanquearse, miró sus arrugas alrededor rededor de sus ojos, no pudo evitar sonreír, había envejecido tanto y siempre amando a su bello Leo. Sacó de su gabardina un reloj de bolsillo, eran las siete en punto de la noche, entonces miró cómo frente a él se detuvo un trolebús, y entre la mole de gente que bajó de él, bajó también su amado Leo, había envejecido tanto como él, se le veía delgado como siempre, las arrugas de sus mejillas ahora eran más, su lacio y largo cabello ahora estaba intercalado con alguna que otra cana.
    Pese a estar parados en pleno eje central, en ese momento sentían que solo existían ellos dos, se habrían dejado de ver hacía tantos años atrás, primero acuario lo miró sonriendo, su sonrisa iba acompañada de su mirada cristalina pues quería llorar por verlo, se agachó para contener el llanto, pero sintió pronto la delgada y larga mano de acuario tomar la muñeca con la que se cubría el rostro, para su sorpresa, él también sonreía, se detuvieron un instante a mirarse a los ojos, ahora el tiempo corría más y más lento, lejos completamente de la realidad, todo alrededor para ellos era del azul fuerte y oscuro del cielo y una que otra luz dorada que rompía con la tenue oscuridad. Sin pensarlo por un instante se besaron y todo miedo que el pasado había traído hasta ese momento se disipó tanto como los ruidos de la ciudad, como las miradas incómodas de la gente, todo quedó completamente lejos.
    Al separarse no podían dejar de mirarse de nuevo, en un inaudible mensaje Leo le dijo te amo y lo besó en la frente, aún era un poco más alto que Acuario, quien lo abrazaba y olía su pecho, mientras miraba su reflejo en un charco no podía evitar pensar en la vida que pudieron tener juntos, pero tampoco quería reclamarle a la vida que lo había llevado de nuevo  hasta él, de nuevo se miran como se mira cuando se ve al primer amor.
    Se besan... se aman... se extrañan

Las Crónicas del Oriente: 1.HermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora