5. Mi pesadilla

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Tomo una bocanada de aire y paso junto a Caio cuando se aparta para darme espacio. Tengo el corazón desbocado y me molesta un poco porque no quiero sentirme así por nadie, menos por él.

—¿Lavarás, verdad? —pregunta cuando me ve adentrándome a su baño, para tomar su ropa sucia y echarla en la canasta que traigo.

Cada tres día realiza una de nosotras esta tarea, así que toda la ropa cabe en la canasta a la perfección.

—¿No se nota? —cuestiono esta vez saliendo del baño.

—Quizás le estés haciendo el favor a una de las empleadas mientras ella hace otra cosa a cambio, o quizás está descansando.

—Pues no es así, señor Caio —decir esa palabra delante de su nombre me parece tan repugnante, pero debo hacerlo, estoy obligada.

—¿Cuándo dejarás de llamarme señor? —tuerce los ojos cerrando la puerta y apoyando su hombro sobre ella.

—Cuando tu padre deje de amenazarme. —Sonrío irónica y me acerco a su lugar para añadir—: ¿Podrías, por favor?

—Hmm... —se aparta, pero su mano queda en la manilla, en un claro mensaje de que no me dejará salir hasta que se le antoje—. Te has pasado dos años ignorándome, pasando de mi cada vez como si tuviera un virus contagioso. Nunca te hice nada, pero sabes que puedes utilizarme para salir de aquí y no lo has querido hacer.

Aparto la mirada de sus ojos. Tiene razón, pero el problema es que no me gusta manipular a la gente, aunque Renata me haya enseñado a hacerlo para salirme con la mía. Puedo hacer que Caio se arrodille ante mi si quiero. Renata lo logró con Vanderlei y es el líder de la mafia. Tiene sentido que pueda hacerlo con su hijo.

«Y tengo oportunidad porque soy su primer amor de infancia y lo sigo siendo hasta hoy» pienso.

—No soy de esas —aclaro devolviendo mi mirada hacia él.

—¿No puedes ni siquiera pedirlo?

Niego con la cabeza.

—¿Entonces cómo piensas escapar? —me pregunta y lamo mis labios para humectarlos.

—Eso no te incumbe.

Su mirada cambia a una fría recordándome a aquella vez que lo hice verme de esa forma también.

—Permiso —pido notando como tensa la mandíbula y se aparta por completo de la puerta.

Aliviada me acerco pero justo cuando tomo la manilla:

—¿Crees que en la noche podamos vernos? —murmura casi inintendible.

La respiración se me corta ante la leve inquietud por emoción que me choca. Siento mis mejillas arder y resoplo girando la manilla con velocidad para así salir con rapidez de la habitación.

«¿Qué me está pasando?» me cuestiono intentado ocultar mi evidente nerviosismo.

Continúo el pasillo hasta el dormitorio de Oto, toco la puerta y abre segundos después con el móvil en la oreja.

—¿Entonces todo va bien? —le pregunta a la otra persona—. Que bueno. —Hace un gesto para que entre a hacer mi tarea—. ¿Y cómo va lo que te pedí?

Directamente voy a su cuarto de baño, recojo su ropa sucia y me encamino a la puerta para evitar que se le antoje algo que no quiero.

—Espera un segundo —suelta a la línea justo cuando estoy en el umbral. Continúo por el pasillo, pero me alcanza con rapidez antes de que llegue a la puerta de Caio.

—No, por favor —suplico haciendo un mohín cuando me toma del brazo y comienza a tirar de mi devuelta.

—Solo un minuto —asegura y niego aterrada de que vuelva a hacer lo de siempre.

—Por favor, ahora no —pido reteniendo las lágrimas con fuerza—. Debo cumplir con mis tareas.

—Eso lo puedes hacer después de jugar conmigo —avisa y gimoteo en quejas ante la falta de ganas de hacerlo con él.

Cada vez que recuerdo las cantidad de veces que me obligaba a estar con él, todo solo para molestar a su hermano que está justo en la habitación de al lado. Sabe que le gusto, que soy su debilidad y me usa en su contra. Le encanta escuchar a Caio reventar la puerta a golpes, cada vez que me obliga a estar con él.

Me da asco. No porque sea difícil de mirar, sino por lo repugnante que es. Como a sido mi pesadilla durante dos años he creado rechazo hacia él y todo lo que venga de él.

—¡No! ¡No quiero! —grito aterrada comenzando a forcejear y algunas prendas caen de la canasta.

Sus ojos se abren como platos en advertencia y las lágrimas empapan mi rostro al instante.

—No vuelvas a gritar o...

Justo en ese momento escucho una puerta abrirse. Me las arreglo para echar un vistazo hacia atrás y ver a Caio, esta vez vestido, observándonos.

—¡Suéltala, Oto! —ruge avanzando hacia nosotros con la ira cegándolo.

Su hermano se ríe de él y me empuja dentro de la habitación, para así pasar y cerrar la puerta con seguro.

—Al parecer tendremos a un oyente —se burla de su hermano.

Suelto la canasta sabiendo que no puedo hacer ninguna imprudencia. Una vez lo intenté y me sirvió de lección.

—Mira... hagamos algo... haré lo que quieras... pero no me pegues —le suplico haciendo pausas por el miedo.

Se carcajea en mi cara.

—¿Eres tan ingenua de pensar que cederé a tus ruegos? Ven acá...

Y una vez más, Oto, ultrajo mi cuerpo como si fuera basura. Mi primera vez fue horrible, y todo a causa de este mal nacido.

Desearía no recordar nada sobre cada uno de los días que abusó de mi. Pero no puedo controlar mis recuerdos, mi mente almacena escenas que, aunque odie, no las elimina. Desearía que fuera así de simple.

Una vez más escuché los gritos de Caio al otro lado de la puerta, queriendo tumbarla a golpes. Su desesperación era la mía también.

Las sensaciones eran horribles. Los golpes eran en forma de cachetadas que ponían a arder mi rostro. Mis párpado ardían por las lágrimas. El miedo me consumía como miles de veces anteriores. Y yo solo rezaba para que esta pesadilla acabara de una vez.

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Ella es Guerra © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora