VI. Ladrillos

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El día seguía avanzando. Todo el mundo estaba alterado, supongo que con mil preguntas al igual que yo, preguntas sin respuestas razonables que nos hicieran calmar un poco. El periódico se había esparcido, y se podía leer lo que estaba ocurriendo donde se informaba solo lo que el gobierno quería que leyéramos pero no lo que queríamos escuchar.

Eran las cinco con cincuenta de la tarde, poco para que el reloj marcara las seis. Ya en algunos lugares habían ladrillos que iban en ascenso. Todo iba tan rápido, el día todavía no acababa y ya la división iba más en serio. Por las calles de la ciudad pasaban camiones que cargaban pedazos de muros que se iban a ir incorporando uno tras otro en la división. Todos éramos espectadores de aquella horrible situación que consumía nuestra felicidad. Podría decir que era la división del infierno.
Todo esto me parecía tan injusto, y el hecho de que no pudiera hacer nada al respecto me llenaba de cólera. Con esto no podía ver nada bueno por más que el gobierno quisiera dar buenas explicaciones, indicios que no se veían por parte de este.

Me encontraba de brazos cruzados, parada y apoyándome de la puerta de la casa viendo todo el ambiente y tratando de encontrar soluciones. Puedo decir que era muy terca para entender y aceptar que no había solución a menos de que el gobierno se dignara a hablar respecto a todo. Aunque también pienso que esto no afectaría mi forma de pensar y cambiar de opinión.

Para mí esta situación no era correcta y creo que para muchas personas tampoco lo era. Aunque también habían personas que si les parecía bien; eran fieles comunistas que si amaban su estilo de vida, y que lo tenían todo aquí.

Mientras seguía contemplando aquel desagradable momento. Camiones militares comenzaron a cruzar, estos iban llenos de soldados, así que de inmediato dejé de apoyarme de la puerta y erguí mi cuerpo buscando ver si entre esos soldados se encontraba Werner. Realmente no ganaba nada con tan solo verlo, pero el saber que tenía un amigo soldado era reconfortante para mí.

Decenas de camiones y carros cruzaron, pero en ninguno de esos estaba Werner, me comenzaba a preguntar por qué todos los soldados iban ahí menos él, pero de repente cruzó otro más, este era el último, Werner iba muy serio y consigo llevaba su uniforme color beige y su casco.
Me quedé por un rato más y luego entré a la casa, no habían muchas cosas que hacer, mamá se había acostado a descansar y la tía había salido. Me dirigí a la habitación y recosté mi cuerpo en la cama. Mis ojos miraban fijamente el techo blanquecino de la habitación y mis pensamientos iban tomando lugar mientras pasaban las horas, y así nuevas preguntas iban saliendo a flote e iban perturbando mi tranquilidad.


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